Uno de los peores síntomas de una sociedad es la desconexión de sus ciudadanos. En Catalunya, en particular en Barcelona, estamos asistiendo, más que a una desconexión, a una voladura incontrolada de la relación con la política. Y el lugar de la política, que siempre debería ser central y de consenso, se está alejando de la vida de muchos barceloneses de una forma definitiva.

Cuando el populismo vividor, como el caso de Ada Colau, llegó al Ayuntamiento, muchos desencajados creyeron ver una nueva forma de hacer política. Con los meses, y ahora los años, el desengaño, la ignominia y la desastrosa gestión es tal que la alcaldesa tiene todos los números de no repetir victoria. Y peor incluso, de no quedar entre los candidatos más votados.

Esa desconexión no debe ignorar que muchos, de los denominados constitucionalistas, estamos también desamparados por los partidos. Ciudadanos presenta a un candidato con escaso conocimiento de la ciudad, Manuel Valls, cuando pudo apostar por Carina Mejías, Jordi Cañas e incluso Inés Arrimadas. Todos con unas perspectivas mucho más altas. El PP se encomienda a un empresario y panadero que va tanto por libre que nadie se dará cuenta de su bofetón. El PSC... bueno algunos dudamos de colocar a ese partido en el ámbito del constitucionalismo.

No es de extrañar, por eso, que las dudas se centren ahora en el candidato que presentará Vox. No ha calado en todo el electorado el mantra repetido por la izquierda y los independentistas sobre su filiación a la ultraderecha. Muchos simplemente escuchan lo que quieren oír. Mensajes populistas, verdades, como dirían otros, a puños. Vox tiene la oportunidad de lograr unos resultados históricos en Barcelona si simplemente es capaz de encontrar alguien que consiga conectar a la gente con la política. Desde el desencanto, desde la crispación, desde los datos, pero sobre todo desde el conocimiento de la ciudad.

Las cosas deben explicarse como son. En una sociedad desconectada, candidatos como Manuel Valls, más mediático en sus encontronazos con el independentismo que en sus propuestas urbanas, tienen poco recorrido. Votamos un alcalde. Alguien próximo, alguien con conocimiento de nuestra ciudad. Colau vendió ese populismo hace unos años, aunque fuera a través de mentiras y falsas promesas. Eso ya no toca. La gente está desconectada y desde la distancia sólo aquel que sea capaz de encajar su programa a una mayoría de la realidad de los barceloneses podrá alcanzar el triunfo. Ahora a la política no le toca hablar, sino encajar la desconexión en su día a día.