Hay quien nace con estrella y hay quien nace estrellado. Entre los primeros destaca Elisenda Alamany, que a los dos días de sacarse de la manga un partido político (NOVA) y de ofrecer sus servicios a ERC, ya ha conseguido que el Tete Maragall le proponga ser su número dos en las municipales. Entre los segundos, nadie brilla con más luz propia que el voluntarioso trepador social Albano Dante Fachín, que lleva en alquiler desde que Pablo Iglesias lo echó de Podemos y, pese a lo mucho que ha asomado la nariz por mítines de ERC y de la CUP a los que no había sido invitado, sigue pasando más hambre que un tonto. Su último banderín de enganche lo ha encontrado en Poble Lliure, un subgrupo de la CUP que, a diferencia de la dirección, pretende presentarse a las elecciones generales: mientras Riera y los suyos arguyen que no hay nada que hacer en el parlamento del país de al lado, lo cual tiene una cierta lógica, los de Poble Lliure sostienen que hay que colarse en él para joder la marrana todo lo que se pueda. Y Fachín no es su único colaborador de campanillas, pues también se han asegurado la participación del prestigioso Partido Pirata, cuyos miembros pueden ser de utilidad en Madrid si se concentran en robar las carteras y los móviles de los señores congresistas.
Después de tanto tiempo colándose en entierros donde nadie le había dado la preceptiva vela, Fachín ha sido aceptado en un grupúsculo que, como a Riera se le inflen las narices, puede acabar desintegrado y expulsado de la CUP. No es gran cosa, sobre todo si lo comparamos con la jugada maestra de Elisenda Alamany, a la que Fachín, si no fuese por el temor de ser tildado de machista, podría acusar de abrirse camino con su indudable atractivo físico. Desde ese punto de vista, desde luego, no hay discusión posible: que un provecto funcionario municipal reciclado en líder soberanista prefiera tener a su lado a la prerrafaelita Elisenda, que es como de cuadro de John Everett Millais, en vez de a un argentino malasombra y un pelín cenizo resulta comprensible. Y es que el pobre Fachín es de lo menos estimulante que nos ha enviado el país hermano en los últimos años: la monja Caram es una arpía, pero tiene sus fans, y Gerardo Pisarello, aunque es un peronista medrador, tiene algunas luces más que nuestro desafortunado Albano.
Ante su catastrófica (y hasta grotesca) carrera política, nos olvidamos de que el caballero ejerció de periodista incómodo en la revista Café amb llet, donde aparecieron algunas historias que sentaron muy mal a nuestros biempensantes locales. Por esa época, Alamany tuiteaba chorradas victimistas sobre la legendaria costumbre española de darnos por delante y por detrás a los catalanes, chorradas, eso sí, en las que se basa su actual buena fortuna. Fachín empezó a meter la pata cuando pasó del periodismo de denuncia a la política y al medro personal. Fue entonces cuando empezó a caernos como una patada en las gónadas a muchos de los que hasta entonces le habíamos defendido: su problema no es que quiera prosperar, sino que lo haga tan mal. Unirse al Partido Pirata y a lo más demente de la CUP no parece una jugada muy brillante.