El análisis de los resultados registrados en la ciudad de Barcelona el pasado domingo arrojan una conclusión clara: el 26 de mayo Ada Colau perderá la alcaldía de la capital catalana. Eso no implica que la obtenga Ernest Maragall, aunque todo apunta a que está bien situado, pero vale la pena tener en cuenta que el 28 de abril no se presentó la CUP, lo que permite pensar que una parte importante de sus votos se refugiaron en ERC, dada la irrelevancia política de Dante Fachin, cuya lista electoral, Front Republicà, era menos que simbólica.
La candidatura de Esquerra Republicana (lleva un añadido que a nadie importa) obtuvo el domingo 201.616 votos, 142.081 más que en las municipales de 2015. Un éxito sólo comparable con el del PSC, que ha convertido los 61.004 votos de la municipales de hace cuatro años en 198.883, ganando 132.394, casi tantos como ERC. Esto dibuja un panorama nítido para la ciudad de Barcelona: la batalla del 26 de mayo se dirimirá entre el hermano de Maragall y Jaume Collboni. Ada Colau y Manuel Valls quedan fuera de la carrera.
En Comú Podem pierde 34.000 sufragios, lo que es especialmente relevante en unas elecciones que han supuesto un aumento de 175.000 votos respecto a las de 2015. Colau no sólo no suma sino que ha visto cómo sus votantes de hace cuatro años le eran claramente infieles.
La posibilidad de que Manuel Valls logre la alcaldía es también remota. Ciudadanos fue la tercera fuerza en Barcelona hace cuatro años y ahora es la cuarta. Además, al contrario de lo que ocurre con los Comuns, gana algo más de 24.000 votos, pero los 101.892 logrados suponen la mitad de los obtenidos por Esquerra o PSC, lo que puede inclinar a algunos votantes potenciales del partido naranja a decidirse por el voto útil frente al independentismo que representa Collboni.
Si el PSC logra arrebatar algunos votos a Ciudadanos y Esquerra rebaja sus resultados por la presencia y competencia de la CUP, la candidatura más votada puede ser la socialista, de modo que Collboni podría convertirse en alcalde, salvo que Maragall recibiera incondicionalmente los votos de los puigdemontianos y de la CUP, además de los de Colau.
Hay una segunda lección a sacar de los resultados del pasado domingo: la gente rechaza a los salvapatrias y prefiere las organizaciones a los caudillos. Las dos formaciones que experimentan un pinchazo mayor son los ultramontanos de Vox y los antiguos convergentes, entregados a Puigdemont. Ni siquiera el PP, en retroceso en toda España, sufre en Barcelona un descalabro, ya que pasa de 61.004 votos a 53.788. Pierde poco más de 7.000 votantes, a años luz de los que han abandonado a Junts per Cat (65.212 votos menos que en 2015).
En tiempos de tribulación, los electores han optado por la estabilidad que representan las organizaciones frente a los salvadores de la nada. Suben o se mantienen Esquerra, PSC y Ciudadanos y pierde relativamente poco el PP, mientras que dan la espalda a quienes creen que el voto es un asunto personal. El fracaso mayor es el de Fachin (con un partido improvisado), seguido de Puigdemont (con un partido secuestrado) y Ada Colau (que ha llegado a creer que el partido es ella). El electorado tampoco ha creído en la improvisación que representa Vox, aunque los 26.601 votos obtenidos en Barcelona podrían darle algún concejal en la ciudad, a expensas de los resultados globales y de si se mantiene o no la alta participación del 28 de abril. Siempre ha habido un voto de rechazo. Unas veces va a Vox y otras a Cicciolina.
Ya se sabe que la historia nunca se repite ni tampoco lo hacen los resultados electorales. Pero las encuestas y las elecciones del domingo, interpretadas como una encuesta previa a las municipales, permiten descubrir tendencias, describir a grandes rasgos lo que pudiera ocurrir. Luego vendrán los detalles, que también pueden resultar decisivos.