Intervenir en el espacio urbano no debería ser lo que, por desgracia, a acostumbra a resultar: grafitis asquerosos, pintadas sectarias y trapos amarillos colgados acá y acullá. Hace un montón de años, coincidiendo con la celebración del Salón del Comic, el ayuntamiento autorizó una intervención muy divertida que consistía en cubrir el monumento conocido como el llapis (en la esquina del Paseo de Gracia con la avenida Diagonal) con un lápiz de enorme tamaño que parecía una escultura de Claes Oldenburg. Hace unos días, activistas de Greenpeace le enjaretaron a la estatua de Cristóbal Colón unas gafas de bucear con intenciones ecologistas: el resultado me pareció gracioso y didáctico, pues el maltrato a los océanos y el calentamiento global prosiguen su avance arrollador sin que ninguno de los políticos que participaron en los debates televisivos a cara de perro previos a las últimas elecciones generales dijera ni una palabra al respecto.
Para enguarrar una pared no hace falta el más mínimo ingenio. Ni para exigir que se retire una estatua, como se hizo con la de nuestro glorioso negrero López de la Madrid, primer marqués de Comillas, y se intentó, por parte de la CUP (¿de quién, si no?) con la del descubridor de América. En ese sentido, lo de las gafas de bucear bromea con el entorno, pero lo hace de manera astuta y eficaz, para interpelar -como se dice ahora- a la comunidad y a sus dirigentes (aunque éstos suelen mostrar una molesta sordera colectiva).
Nuestros mandamases municipales, lamentablemente, solo tienen ideas cutres. Véase el atril colocado frente a la comisaría de la policía nacional en Vía Laietana, donde se les recuerda a los actuales maderos las barrabasadas cometidas por sus predecesores, acción en la línea de esos nacionalistas que exigen al actual gobierno de España disculpas por el fusilamiento de Companys, que es como pedirle a Angela Merkel que se disculpe por la Noche de los Cristales Rotos de los nazis. Por no hablar de lo de quitarle la calle al almirante Cervera -un facha, según nuestra indocumentada alcaldesa (¡vuelve a la facultad y acaba la carrera, Ada!)-, un militar liberal al que le tocó lidiar con el marrón de la guerra de Cuba e hizo lo que pudo por salvar la dignidad propia y la de sus hombres.
Una ciudad ni es sagrada ni aguanta lo que le echen. Las intervenciones sociales deben mostrar ingenio y, a ser posible, cierto sentido del humor. Yo diría que las gafas de bucear de Cristóbal Colón cumplen ambos requisitos.