Se supone que la Cámara de Comercio de Barcelona es una institución fundamental del empresariado catalán. Digo que se supone porque en las recientes elecciones a su presidencia solo se ha dignado votar el 4% de los representados. Eso sí, ahora se echan todos ellos las manos a la cabeza porque las ha ganado un energúmeno de la ANC que solía circular con una careta de Puigdemont en el asiento del copiloto y que aspira a cortar lazos con España y echar de la Cambra a los del IBEX 35, que son para los nacionalistas algo parecido al Anticristo. Mientras nuestros empresarios de pro se olvidaban de ejercer su derecho al voto, los de la ANC, que solo tienen una idea en la cabeza y le dedican todo su tiempo, se las apañaban muy bien para movilizar a los suyos. El resultado, ahí lo tenemos: una nueva plaza tomada por los separatistas por incomparecencia del adversario. Y el último capítulo, por ahora, de la lamentable actitud de nuestros empresarios ante el prusés y sus múltiples derivaciones.
En uno de sus primeros actos públicos en Barcelona, Manuel Valls abroncó a nuestros queridos empresarios por su actitud pusilánime ante los delirios de los separatistas, diciéndoles que no eran empresarios ni eran nada, como no fuesen una pandilla de comisionistas apoltronados. Nos pasamos la vida diciendo que los políticos no pintan nada porque son unos títeres del capital, y puede que eso sea cierto en el resto de Europa, pero en Cataluña los empresarios se han negado a ejercer su poder y han intentado contentar a todo el mundo, cosa de natural imposible, inclinando mansamente el lomo para que se lo acariciara el presidente de turno de la Generalitat.
Cuando algunas grandes empresas se llevaron la sede a otra parte hubo quien aplaudió tal decisión, aunque no era más que otra muestra de cobardía: primero te tragas todas las chaladuras de la administración autonómica sin rechistar y después, cuando ves que igual te acabas haciendo daño, te das el piro. Francamente, se esperaba de ellos algo más. Como plantar cara desde su poderío económico al régimen, algo que solo hicieron el difunto José Manuel Lara (Planeta), José Luis Bonet (Freixenet) y cuatro réprobos más. Negarse a cumplir la obligación social que te ha tocado por temores económicos cortoplacistas ha sido la especialidad de nuestros valerosos empresarios. Y mientras seguían amasando dinero o tocándose las narices, los muy emprendedores muchachos de la ANC les han colado al perturbado de la máscara de Puigdemont en el asiento del copiloto.
Y ahora, claro, todo es llanto y crujir de dientes. Con esta birria de empresariado, cada vez está más cerca de hacerse realidad el sueño de los nacionalistas: que en Cataluña no funcione absolutamente nada. Un majareta al frente de un gobierno que no gobierna, otro presidiendo la Cámara de Comercio, y uno más dentro de nada dirigiendo otra estructura básica: victoria tras victoria hasta la catástrofe final.