Fue en 2015, cuando Intelligent Community Forum agregó este criterio, la sostenibilidad y la resiliencia, a su lista de indicadores de una comunidad inteligente. Una comunidad inteligente valora, cuida y respeta el legado que ha recibido, tanto medioambiental como cultural.
Mejorar los niveles de vida actuales, mientras se mantiene la capacidad de las generaciones futuras para hacer lo mismo, es el núcleo de la sostenibilidad. A lo largo de la historia humana, el crecimiento económico siempre ha involucrado el consumo de más recursos y la producción de más desperdicios. A medida que la humanidad presiona la capacidad del ecosistema para proporcionar recursos y absorber desechos, deben encontrarse formas de continuar creciendo, con todos sus impactos positivos, y al mismo tiempo reducir el impacto ambiental de ese crecimiento. Se imponen las soluciones de economía circular.
Cuando las comunidades inteligentes comprometen sus economías a un futuro sostenible, buscan mejorar la calidad de vida local, desde un aire y un agua más limpios hasta un mejor transporte público y una mayor habitabilidad.
Las comunidades que utilizan menos recursos para crear productos y brindar servicios también son más eficientes y productivas, lo cual es clave para continuar mejorando su nivel de vida. A medida que el mundo concentra su atención en controlar el impacto humano en el planeta que nos cobija, la sostenibilidad generará nuevas oportunidades para el avance tecnológico, el crecimiento empresarial y el empleo en industrias verdes, como en la migración de los modelos energético y de transporte. Recordemos que Barcelona tiene dos plantas automovilísticas muy importantes, Seat y Nissan junto con una industria auxiliar muy destacable y por tanto tendría que aportar y liderar esta evolución del modelo de trasporte.
Las comunidades que hacen de la sostenibilidad ambiental un objetivo compartido generalmente involucran a organizaciones, grupos comunitarios y vecindarios en la promoción de programas y actividades de sostenibilidad. Estos contribuyen al orgullo cívico, la identidad local y los objetivos compartidos. Son capaces de crear una cultura de colaboración innovadora que las impulsa al éxito. Son comunidades más preparadas para afrontar las dificultades y resarcirse de las tragedias y fracasos.
No podemos negar la realidad, Barcelona está afrontando en estos momentos un fracaso común importante. El procés ha deteriorado gravemente la convivencia, al tratar de imponer una parte, casi la mitad, de la sociedad un objetivo de futuro radicalmente opuesto al de la otra mitad, ligeramente superior en número. Lo que no deja de ser asombroso e impensable, en una sociedad de comerciantes, de negociantes, abierta al mar, de raíz cristiana, recordemos que católico significa universal, creativa y que hace poco más de 25 años asombraba al mundo organizando los mejores Juegos Olímpicos de la historia.
Todas las ciudades tienen altibajos y crisis, pero su verdadera fuerza estriba a su capacidad de recuperación, en su resiliencia. Si Barcelona es capaz de recuperar sus valores, abrirse al mundo y fijar un objetivo común, que no puede ser otro que la construcción constante de una sociedad próspera, a perro flaco todo son pulgas, será imparable, si nos cerramos sobre nosotros mismos y en discusiones sin sentido promovidas por políticos mediocres trufados de ideologías analógicas, seguiremos decayendo. El mundo ni se detiene, ni se mira al obligo, ni va de víctima. Solo hay una opción que es avanzar y mejorar, y resarcirse de los fracasos. Para ello hay que aceptar el fracaso, la realidad. Si no avanzas, retrocedes decía San Agustín. Estar contemplándose o viviendo de glorias pasadas no sirve.