En todo este entretenido sainete que se está representando en Barcelona para ver quien se queda finalmente con la alcaldía, el detalle más novedoso es, a mi entender, la firmeza con que Jaume Collboni se está tomando la necesidad, por cuestiones humanitarias, de deshacernos del Tete Maragall. Tanta firmeza y tanta vehemencia son de agradecer, pero sorprenden viniendo de alguien cuyo partido lleva años especializado en el sí, pero no, aunque tal vez, nunca se sabe, parlem-ne. El PSC lleva tiempo que no se sabe muy bien si sube la escalera o la baja. Un día son los más constitucionalistas de España. Al día siguiente, algún mandamás sale con que hay que indultar a los héroes de la república.
Ahora apoyan el 155 y después se quejan de la contundencia de la policía nacional y la guardia civil a la hora de reprimir a los que quieren votar en un referéndum ilegal. Esa mezcla de buenismo y síndrome de Estocolmo ha pasado a mejor vida con la actitud de Collboni ante el tema que nos ocupa (y preocupa). ¿Qué ha ocurrido para que los grandes pactistas, los inspirados inspiradores de gloriosos tripartitos, se planten ahora en jarras ante el Tete, como Miguel Ligero en Nobleza baturra?
Bueno, como diría Schwarzenegger, this time is personal. Los sociatas están que trinan con los de ERC en general y con el Tete en particular, pues lo consideran un traidor, un tránsfuga y un rencoroso de nivel cinco (con razón, pues es esas tres cosas y algunas más). ERC le jorobó los presupuestos a su querido Pedro Sánchez. ERC imposibilitó la llegada de Miquel Iceta a la presidencia del Senado. ERC contribuyó a que no llegasen nunca a Cataluña los millones que figuraban en las cuentas del PSOE. ERC no para de tocarles las narices a los socialistas, y lo hace a través de alguien que militó durante décadas en el PSC, hasta que vio la luz del soberanismo y quedó deslumbrado por ella (y las posibilidades que traía de medrar).
Bienvenidas sean las cuestiones personales si sirven para que por fin sepamos si el PSC sube la escalera o la baja. Se trata de arrimar el hombro, aceptando de mil amores los votos de Valls, para que lo malo se imponga a lo peor. Ya sé que no es una perspectiva como para echar cohetes. Según Josep Bou, se trata de una elección entre susto y muerte. Puede que tenga razón el candidato del PP, pero yo prefiero el susto a la muerte, francamente.