Ada Colau ha vuelto de vacaciones y lo primero que ha hecho es detectar una conspiración en su contra. Según ella, el culpable del incremento de la delincuencia violenta en Barcelona es el gobierno autónomo, teoría bastante verosímil si tenemos en cuenta que al frente del Departamento de Interior hay un antiguo portero de discoteca de una ineptitud pasmosa. Pero algo tendrán que ver Ada y sus comunes en el desastre generalizado, digo yo, pues su política en lo referente al orden público ha sido tan buenista como errática e irresponsable. La autocrítica no es el fuerte de Ada, así que, ante una ineptitud más que evidente del consistorio, nuestra alcaldesa prefiere repartir leña urbi et orbi, un truco muy viejo que solo puede engañar a sus fieles, que recuerdan en exceso a los hooligans del fútbol.
La teoría de la conspiración nunca va mal en estos casos, y Ada la domina. Según ella, existe una conjura en su contra por ser tan buena y tan progresista, conjura en la que figuran la derechona, la banca, las grandes empresas y demás enemigos tradicionales del proletariado. No la soportan porque ha convertido Barcelona en la capital mundial del progresismo. Solo piensan en derrocarla, aprovechando que le han colado en el ayuntamiento a los sociatas y a Manuel Valls, esos cochinos burgueses, esos caballos de Troya que solo están ahí para amargarle la legislatura mientras aparentan querer echarle una mano. Pero quitarse el muerto de encima arrojándoselo al inútil de Buch no acaba de resultar verosímil. Es cierto que la colaboración de ese sujeto en el desaguisado ha sido importante, pero nadie obligó a Ada a enemistarse con la guardia urbana, a informar a los manteros de que venía la pasma y urgirles a que arrearan, o a descuidar la necesaria represión del chorizo en aras de unas supuestas medidas sociales que –caso de haberse aplicado, algo de lo que no estoy muy seguro– no parecen haber funcionado muy bien.
Vuelves de vacaciones y te encuentras la ciudad hecha un cristo (escribo esto tras leer que acaban de matar a puñaladas a una mujer para robarle el móvil), pero en vez de decir que harás lo posible por revertir la situación, te dedicas a echarle la culpa de tu incompetencia a tus cómplices o a una conjura en la que solo faltan la CIA y el Opus Dei. Cuajo no te falta, es evidente. Solo te queda añadir, una vez has dicho que no hay para tanto (cinco muertos en un mes: vaya tontería), que, en comparación con Ciudad Juárez, Barcelona es un balneario.
Lo que más revienta de la actitud de Colau es esa superioridad moral que emana de ella: la pobre lo hace todo con su mejor intención, pero está rodeada de gente mala y mezquina que no quiere entenderla y que se dedica incansablemente a buscarle la ruina. Siempre en posesión de la verdad y de la razón, Ada se reintegra al cargo convencida de hacerlo todo muy bien y de que la echaremos de menos cuando la desalojen del ayuntamiento. ¿Tanto le costaría reconocer que la situación, sin ser trágica, se ha deteriorado lo suyo durante sus cuatro primeros años de mandato? Para resolver un problema, antes es necesario reconocer que existe. Si Ada se queda más tranquila creyendo en conspiraciones, allá ella. Que se lo cuente a la familia del próximo muerto, a ver qué le dicen.