Esas almas puras que tanto abundan en Barcelona han puesto el grito en el cielo por la aparición en el metro de unas patrullas formadas por sujetos con camiseta y boina que se hacen llamar Ángeles Guardianes y que son un remedo de aquellos Guardian Angels que intentaron poner un poco de orden en Nueva York en los años setenta, cuando la ciudad estaba en bancarrota, la delincuencia se había disparado y la policía pasaba por un largo período de corrupción. La verdad es que a mí no me molestan lo más mínimo nuestros ángeles de la guarda, aunque, en principio, la institución del somatén y los grupitos de ciudadanos preocupados no me parecen una buena señal del estado de las cosas.
En un mundo perfecto, los ángeles de la guarda no harían ninguna falta. Como los de la empresa Desokupa, que te vacían la casa de okupas en un plis plas cuando la justicia te dice que te lo tomes con calma y te vayas a vivir a un hotel un par de años, hasta que se les pueda desalojar con todas las de la ley. Si Barcelona no estuviera trufada de ladrones, tampoco haría falta la presencia en la Boquería del llamado Collejator, una especie de Batman doméstico que se dedica a detectar carteristas en el mercado y a echarlos a base de collejas (de ahí el nombre).
Tal como está el patio, no creo que se pueda demonizar desde el buenismo a los Ángeles Guardianes, a los de Desocupa y al collejator. Que se sepa, no han matado a nadie y no parecen tener la intención de hacerlo. En vez de tomarla con ellos, cabría preguntarse qué es lo que ha llevado a su aparición, pero eso no sería del agrado de la administración Colau, desde donde se niega incluso la crisis de seguridad a la que ha contribuido por dejadez, progresismo mal entendido, mal rollo con la Guardia Urbana y la vieja tendencia de cierta izquierda inepta a creer que eso de la seguridad es cosa de la derechona y, prácticamente, una muestra de fascismo.
Las cosas no suceden porque sí. Puede que el collejator no esté del todo en sus cabales, que Desocupa no siga al pie de la letra las instrucciones de la justicia -incomprensibles en este caso para la mayoría de los mortales- y que los Ángeles Guardianes sean un cuerpo parapolicial desarmado, pero no han surgido porque sí. A las almas puras no les parecen bien y a mí, sobre el papel, tampoco. Pero para que desaparezcan solo es necesario que la administración funcione, lo que no es el caso. El somatén es una antigualla de dudosa legalidad, lo reconozco, pero si alguien ofrece a la sociedad unos servicios que deberían proceder del ayuntamiento y de la ley, no debería sorprendernos su retorno en un mundo regido por la ley de la oferta y la demanda. Por otra parte, impedir escenas desagradables en el metro, desalojar okupas y correr a collejas a los carteristas no se me antojan las peores cosas que pueden suceder en Barcelona.