Popper, el filósofo, disfrutaba como un enano metiéndose con los seguidores de la Escuela de Fráncfort, también filósofos. Criticaba, creo que con bastante razón, esa manera de decir las cosas tan enrevesada y complicada en la que no se entiende nada, heredada del idealismo alemán y compañía. Añado una cosa: que no se entienda no quiere decir que sea profundo, sólo que no se entiende. Sus puyas contra Habermas, cuyos textos filosóficos son casi incomprensibles, son legendarias. En más de una ocasión se excedió en sus juicios y fue más allá de lo educado.

Simplificando mucho, mucho, Habermas defendía que una sociedad ha de basar su ordenamiento en un consenso, en una base en la que todos, todos, estén de acuerdo; Popper señalaba que el consenso es deseable, pero que no siempre es posible, y que entonces hay que apañárselas para gobernar considerando ese desacuerdo. Etcétera, no pienso entrar en detalles.

Según el día y el humor que traiga estoy ahora con Popper, ahora con Habermas. Por poner un ejemplo, los barceloneses no podrán ponerse de acuerdo en qué debería ser Cataluña, si Disneylandia o una Comunidad Autónoma como las demás. Pero quizá podrían coincidir todos (o casi todos) en lo bueno que sería que un tranvía cruzase Barcelona por la Diagonal. El primer asunto ahonda las diferencias religiosas entre mis conciudadanos, pues hay quien cree en unicornios rosa y quien no; el segundo responde a una necesidad concreta y se resuelve con el empleo de la lógica y la razón. Por lo tanto, mejor será que nos dediquemos a la política y hablemos del tranvía.

Por eso me exaspera y lamentablemente no me sorprende la postura de don Ernest Maragall sobre el tranvía. Entrevistado por este periódico dijo exactamente que ni sí ni no ni todo lo contrario. En su universo mundo, no cabe separación entre la fe y la razón y el tranvía será el cebo con el que pretenderá atraer a la ingenua alcaldesa Colau hacia su terreno en los próximos días o meses, que no es el de las cosas prácticas, donde podríamos llegar a muchos acuerdos, sino el de las patrias ilusorias, donde la fe no admite discrepancias.

Juega a eso porque sabe que puede ganar. Porque no deja de asombrarme la extraordinaria capacidad de las izquierdas de este país para dejarse engatusar por lo que es, en origen, esencia y praxis, un movimiento de la derecha más rancia, nacional y populista, comparable a cualquier otro movimiento de la extrema derecha occidental. Precisamente por eso el panorama a la izquierda del PSC es desolador. Dejando a un lado honrosas excepciones, como la «Patrulla Nipona» formada por los señores Coscubiela y Rabell, hoy apartados de la primera línea política, los dirigentes de Catalunya en Comú Podem no están para tranvías, pero ¡cómo disfrutan hablando de soberanismo! ¡Qué afición tienen por la metafísica y qué poca traza muestran con la física!

No nos engañemos: el peso pesado de esta izquierda en Cataluña es la señora Colau, que tiene la grandísima debilidad de apuntarse a un bombardeo si con eso se habla de ella. Por lo tanto, y no podía ser de otra manera, siempre tontea con el procesismo. Eso ya le costó un disgusto en el pasado, cuando rompió su pacto con el PSC. Mucho me temo que la historia podría repetirse con los mismos actores y los mismos errores de aquí a nada. Espero equivocarme.

Por eso, cuando Errejón dijo que Más País se presentaría en Barcelona, algunos ilusos creyeron que podrían esquivar el procesismo colauista y votar a uno que se preocupara de los tranvías, la sanidad pública, la educación, las políticas sociales y esas cosas que, ay, tanto tiempo sufren de abandono. Pero ¡qué disgusto! ¿A quién eligen como cabeza de lista? A un tipo en la órbita del señor Nuet y la CUP, tan procesista como el que más, y con tan poca experiencia de gestión como yo de astronauta. Algunos pensaban que podrían librarse de tener que votar a los señores Asens y Pisarello, tan procesistas ellos. Pues ya ven.

No pierdan la esperanza. Me dicen que en las listas de Colau hay novedades, aunque pendientes de confirmación. Sospechan que el señor Asens ahora lleva peluquín.