Ada Colau, nuestra ilustre alcaldesa, no desaprovecha oportunidad para situarse en primer plano de la política catalana y española. De hecho, ha asumido en primera persona la campaña de los comunes para las próximas elecciones. La irrupción de Errejón y de la CUP no es un dato que conlleve tranquilidad. Al contrario, los malos resultados que auguran las encuestas pueden ser una realidad. Por eso, Colau se prodiga en apariciones públicas para llamar a la movilización tras la sentencia del juicio del 1-0 o su contraria, afirmando que ella no estará en la movilización sino en la solución.

Está en una posición ambigua, equidistante de los unionistas, federalistas e independentistas, o más bien un lodazal difícil de gobernar porque en los comunes conviven unos y otros. Eso sí, ha conseguido que en el programa de Podemos se incluya el referéndum de autodeterminación, aunque no será una línea roja. Seguramente, la alcaldesa nos lo explicará, o no, en diferentes apariciones públicas. Lo de gobernar en el consistorio eso ya es otra cosa.

Colau hace dejación del gobierno municipal. De la inseguridad se ha escabullido y ha dejado la responsabilidad - ¡menos mal! – en Albert Batlle. Del tema empresarial se zafa y deja las decisiones en Jaume Collboni, y en el tema medioambiental pone de perfil al concejal más polémico, y más ineficaz del equipo de gobierno: Eloi Badia. Es una buena noticia que el equipo municipal haya nombrado Comisionado de la Agenda 2030 a Miquel Rodríguez, un hombre que cree en la colaboración público-privada y que dependa de una concejal seria como Laia Bonet.

Repasando la prensa de estos últimos días vemos que los problemas se acumulan. La reforma del Moll de la Fusta pasa a mejor vida y no digamos la reforma del Mercado de la Abacería, en pleno corazón del barrio de Gràcia, que parece que empezará a tener forma cuando las ranas críen pelo. Por si fuera poco, asistimos al “muy glamuroso” fiasco del concurso del mantenimiento de semáforos o la incógnita interminable sobre el futuro del recinto de bares y discotecas del Port Olímpic, foco de problemas diarios.

De la mejora de la red de transporte urbano, sobre todo autobuses, no sabemos mucho. Eso sí, desde el consistorio se saca pecho con las nuevas “super illas”, pero se ponen de lado cuando se les inquiere si tienen previstas medidas para lograr que las familias cambien sus coches “contaminantes” por otros más modernos.

Lamento sinceramente que la obsesión de Colau de ser el muerto en el entierro y la novia en la boda no se cumpla cuando hablamos del ayuntamiento, de la dura gestión cotidiana. En este caso o delega, o intenta pasar de puntillas. Cada día está más claro que sus intereses personales y políticos van más allá de la Plaça de Sant Jaume. Mientras Barcelona se diluye como un azucarillo. De la Barcelona con carácter, cosmopolita, estamos pasando a una Barcelona provinciana, decadente, sin carácter y sin orgullo. Una pena.