Ada Colau mantuvo el pasado fin de semana la calculada ambigüedad a la que se ha apuntado hace algún tiempo: no fue a la reunión de Quim Torra con los alcaldes del resto de capitales de provincia, pero asistió a la que convocó el presidente del Parlament, Roger Torrent, con diversas entidades. Es lo que antiguamente se llamaba querer estar en misa y repicando. Si se prefiere explicarlo en términos políticos, lo que hizo Ada Colau fue imitar los años dorados de una Convergència que nunca se sabía lo que pensaba, si alguna vez era necesario pensar y expresar el pensamiento.
Lo cierto es que la alcaldesa de Barcelona imaginaba que el encuentro con Torra y los alcaldes era una encerrona que buscaba, una vez más, repetir el discurso victimista del independentismo. En otra ocasión, Colau no hubiera tenido problemas en suscribirlo, pero resultaba muy difícil sostener ese discurso sobre las cenizas humeantes que llenaban las calles de la ciudad. Precisamente por eso hubiera resultado conveniente acudir a la reunión y, a la salida, romper la aparente unanimidad del torrismo-estalinismo. Nada le hubiera hecho más daño al presidente accidental que la expresión del desacuerdo en público.
De momento el separatismo está arrasando Barcelona y, frente a ello, Ada Colau finge lo que llaman equidistancia, que no es otra cosa que ponerse de perfil y mantener un silencio cómplice. Aunque, también hay un reparto de papeles: ella calla mientras Jaume Asens se explaya sobre la represión presente y futura, denunciando el registro del despacho del abogado de Puigdemont, Gonzalo Boye, obviando que ha sido ordenado por una juez y en relación con un caso de narcotráfico. Que Pablo Casado ignore la existencia de la división de poderes, pase; si se saltaba las clases, poco debe de saber. Pero Asens pasaba por ser un abogado con conocimientos legales. Resulta osado prejuzgar un caso sobre el que no es probable que tenga información directa.
Y es que la norma es esa: hablar y denunciar, a ver si cuela. Pero resulta que no es cierto, en absoluto, que sea la policía (ninguna de las policías) la que monta barricadas en Urquinaona y prende fuego a los contendores; no es cierto que sea la policía la que destroza el mobiliario urbano, revienta las aceras para lanzar piedras y penetra en los locales para robar; no es cierto que fueran policías los que lanzaron cohetes contra un helicóptero poniendo vidas en peligro. Cabe que no todos los que hacen esto sean independentistas, pero el independentismo arropa al movimiento violento que impide la normal convivencia en Barcelona. Algo que debería tener muy presente Ada Colau.
En vez de exigir a Torra que garantice el derecho del ciudadano a moverse y a respirar, en vez de criticar a unos alborotadores que costarán millones a las arcas municipales, Colau optó esta vez por callarse y acudir a la reunión de Rogent, presidente del legislativo pero no del Ejecutivo, que es a quien hay que pedir responsabilidades por los desafueros y por consentir (cuando no alentar) esos desafueros.
Hay quien ha visto en este movimiento de la alcaldesa el resultado de un acercamiento a ERC, que podría permitir en el consistorio la aprobación de los presupuestos municipales a cambio del apoyo de los Comunes a los presupuestos que presentara en el Parlament Pere Aragonés. Es una posibilidad seria, porque los Republicanos son tan erráticos como Albert Rivera. O sea que pueden hacer todo y lo contrario. Ahí está Gabriel Rufián para demostrarlo.
Desaparecida Convergencia, la ambigüedad como proyecto político ha quedado libre y hoy por hoy se la disputan ERC y Ada Colau. Quizás sea eso lo que los una. La diferencia está en que los republicanos no callan y Ada Colau ha empezado a refugiarse en el silencio o, como en las votaciones sobre la sentencia en la Diputación de Barcelona, en la abstención. Decía Wittgestein que sobre lo que no se puede hablar es mejor callarse, pero sobre las agresiones de los CDR a Barcelona hay mucho que hablar. Claro que igual el silencio de la alcaldesa es una táctica calculada, porque sería terrible que en realidad no conteste porque no sabe qué decir.