La primera vez que oí hablar de los Juegos Olímpicos de Invierno en Barcelona me dio un ataque de risa. Caía un sol de justicia y cantaba la chicharra y yo me preguntaba si los saltos de esquí los harían en el Tibidabo o en Montjuic. ¡Será una broma!, me dije. Pero no, resultó que no era una broma, y prueba de ello es que, pocos años después, la Guardia Civil, por orden del juez de turno, ha enchironado a altos cargos de la cosa del deporte de la Generalitat, diputados provinciales, etcétera, acusados de pispar un montón de dinero con la inestimable ayuda de esa organización que antaño se llamaba Convergència y hoy no sé. Lo de siempre, lo de meter mano a la caja bajo la bandera, que disimula mogollón, y hacerse con unos ahorrillos para la vejez, si eres espabilado.
Esto viene a cuento porque si el único proyecto que tenemos para Barcelona en la cartera es el de celebrar unas Olimpiadas de Invierno, apaga y vámonos. ¿No hay nada más? Algo serio, quiero decir. Algo que de verdad ponga a Barcelona en el mapa y la libere de ser una ciudad no de provincias, sino provinciana.
En las últimas legislaturas municipales, Trias vivió de las rentas que dejó tras de sí el proyecto socialista (que les podrá gustar más o menos, ahí no entro) y Colau tropezó con tres obstáculos casi insuperables: el agotamiento de esas rentas, el procesismo y la propia ineptitud. No hablo de rentas económicas, que esas corren a cargo de los impuestos, sino del prestigio, el dinamismo, la capacidad de (auto)inventarse, cambiar y progresar de Barcelona. ¿Qué proyecto podría levantar Barcelona y ponerla en un mapa? Uno que nos haga pecar de orgullo y vanidad, y que nos enseñe a confiar en el futuro, quiero decir.
Una ciudad abierta, culta, progresista (entiéndase «progreso» en un sentido amplio, más allá de la política), próspera en lo económico, rica en lo humano, cosmopolita, amable y acogedora es todo lo contrario al ideario del estreñimiento procesista, que busca un único «pueblo», cerrado sobre sí mismo y hostil a la novedad o la discrepancia política o cultural. Esa Barcelona que digo molesta mucho a quien esgrime la «voluntad» de un pueblo, pero pasa por alto el espíritu civilizador de la ciudad. Pero es lo que hay y tendremos que lidiar con ello. Será la asignatura más difícil, tal y como está el patio.
Quizá el proyecto más simple sea el mejor, que es dejarse de tonterías, gestionar bien la ciudad y mirar por el bien de los ciudadanos. La señora Colau (últimamente desaparecida) tendrá que aplicarse mucho, hacerlo bien y convencernos de lo bien que lo hace. Tendrá que centrarse en Barcelona. Que cada uno interprete «dejarse de tonterías» a discreción, porque de eso trata la política.
Pero si quieren un proyecto, uno bueno de verdad, olvídense de los esquiadores Diagonal arriba y abajo y apuesten por la cultura. No hablo de fomentar la industria cultural, ni de crear grandes infraestructuras museísticas o acontecimientos culturales de primera; eso son fuegos de artificio y ya los disfrutaremos si conseguimos que Barcelona sea en un lugar donde crezcan los libros, pinten los artistas, donde pueda uno bailar con los músicos, pensar con los diseñadores y puedan todos conversar entre sí de sus cosas con total libertad y sin cortapisas de ninguna clase. Quiero CREAR cosas en Barcelona. Ponérselo fácil a la cultura. Abonarla con buena tierra y un ambiente propicio. Lo demás vendrá solito, ya lo creo que vendrá. Si lo conseguimos, seremos una deliciosa ciudad de provincias, no la triste ciudad provinciana a la que vamos de cabeza, hacia la que nos están empujando entre todos.