Algo no va bien en Barcelona. Las noticias caen como una gota malaya contra una ciudad que lo quiso ser todo y, ahora, en palabras de Laia Bonet, teniente de alcalde socialista, “ha perdido autoestima” y, por tanto, “necesita empuje”. Sin embargo, las condiciones para recuperar esta autoestima no se están dando. El impacto del procés ha sido importante en la capital catalana para perder enteros, pero no el único. La forma de gobernar la ciudad ha sido clave en esta travesía del desierto que estamos atravesando.

Cada semana vemos en los medios de comunicación noticias que enturbian la imagen de la ciudad. Todavía se oyen los ecos de la violencia de los manifestantes tras la sentencia del 1-0. Las heridas son palpables, todavía, en el asfalto o en la falta de contenedores que se van reponiendo poco a poco por las calles céntricas de la ciudad, mientras que los cortes de tráfico siguen como una cansina cotidianeidad en zonas como la Meridiana. La inseguridad sigue transitando, aunque hay que reconocer que la acción policial empieza a ser efectiva, pero la visión de una Barcelona insegura no ha sido erradicada. Los sectores comerciales siguen de uñas contra el ayuntamiento. El top manta sigue afincado en las calles de la ciudad sin que se encuentre una fórmula para reducirlo. El proyecto del Museo del Hermitage no avanza a la espera de informes, mientras los responsables del Gran Hermitage amagan con retirarlo.

Lo lamentable es que el gran debate de esta última semana ha sido el pesebre de la Plaza de Sant Jaume. Y si me apuran, la campaña contra la violencia de género que marca a los agresores hablando en castellano, mientras el defensor lo hace en catalán. Grave error del equipo de gobierno por mucho que digan que este spot era sólo uno de los anuncios que se han emitido. ¿En serio? ¿Este debe ser el debate de ciudad?

Sinceramente, no. Los grandes debates deben ser otros, y deben ser impulsados por el equipo de gobierno. Hay que pensar en la ciudad del mañana, más allá de las acciones a corto plazo que deben ser atendidas sin dilación, cierto, pero que no son los pilares del futuro. Economía, empleo, comercio, turismo, seguridad, y un largo etcétera deben ser abordados con sosiego, de forma transversal para alcanzar el máximo consenso. Por ejemplo, no podemos declararnos satisfechos con las 33 previstas para el próximo año. Pueden ser muchas. El número no es baladí, pero hemos de poner el foco en su continuidad y no esconder como algunos proyectos han caído en el olvido y otros han sido simplemente descartados por sus promotores porque Barcelona no les da las garantías suficientes. Lo mismo nos ocurre con las inversiones. No dejan de ser importantes, pero Barcelona da muestras de fatiga perdiendo oportunidades y dejando en el aire proyectos.

El gobierno municipal debe identificar las debilidades y preparar alternativas. Debe hacerlo con la oposición, que debe actuar como oposición municipal. No debe renunciar a sus principios políticos en todo lo relacionado con el tan cacareado procés, pero el procés no debe marcar única y exclusivamente la política municipal. Y eso vale para constitucionalistas y para independentistas. Y, sobre todo, para Ada Colau que se limita a refugiarse en tópicos para dirigir el ayuntamiento. Si Barcelona quiere recuperar la autoestima debe sortear los árboles que le impiden ver el bosque. Esta legislatura no puede ser, otra vez, una legislatura perdida. Cuatro años más en el dique seco no activarán ese “empuje” del que habla Laia Bonet. Construir la ciudad del futuro, recuperar el liderazgo de Barcelona en España, Europa y el mundo, requiere que el equipo de gobierno se ponga las pilas, rehúya debates estériles, y ponga sobre la mesa ideas que vayan más allá de un “trastero” en la Plaza de Sant Jaume.