Cuando dos personas que no soportas discuten entre ellas, lo mejor que puedes hacer es asistir al espectáculo y tratar de extraer de él un poco de honesta diversión. Es lo que estoy haciendo con la simpática trifulca en la que se han embarcado Ada Colau y Pilar Rahola por un súbeme allá esos impuestos. El acuerdo entre los comunes (y corrientes) y los meapilas carlistas de ERC no ha sido del agrado de la cheerleader mayor de la república (¿a quién se le ocurre no consultarle el asunto a ese pedazo de estadista exiliado que es Carles Puigdemont?).
Sobre el papel, el acuerdo alcanzado suena bastante razonable. Por lo menos, para nosotros los pelagatos, a quienes no nos parece mal que los que ganen más de 90.000 euros al año apoquinen más de lo que aforan actualmente. Como no tenemos segunda residencia -yo, ni primera, pues vivo de alquiler-, el impuesto de sucesiones nos la trae al pairo, pues no tenemos nada que legar a nuestros retoños (yo, por no tener, no tengo ni hijos, que yo sepa). Pero a nuestra élite socioeconómica, de la que Pilar Rahola forma parte, pues se embolsa 100.000 euros anuales de dinero público a cambio de sus soflamas en TV3, la cosa no le hace ninguna gracia y ha encontrado en la bacallanera su portavoz ideal.
Según Pilar, ganar 6000 euros al mes es una desgracia que apenas te sirve para sobrevivir. Yo pensaba que la desgracia era ganar menos de mil euros, pero la Rahola no lo ve así. Parece que 6000 euros no dan para nada si tienes hipoteca, hijos en edad universitaria, un par de coches, un piso en Barcelona y una casa en el Ampurdán. Esa gente, deduzco de las quejas, son el nuevo proletariado. No sé cómo definir a los mileuristas, pero puede que pertenezcan a la categoría de infraseres.
Aunque distrae del erario público más de 6000 euros al mes, Pilar se siente damnificada por esa medida filo comunista del partido de la Colau. Ella es una mujer de orden, convergente, aunque no exista Convergència, y fiel al presidente legítimo de la milenaria nación catalana. Al rebajar de clase social a los que ganan más de 90.000 euros al año y convertirlos en el nuevo lumpen proletariado, Rahola siente que ella y los suyos están sufriendo una ofensa intolerable por parte del rojerío.
La cosa recuerda, no me lo negarán, a cuando la madre superiora Marta Ferrusola tuvo el cuajo de afirmar que los mangantes de sus hijos iban por la vida con una mano delante y otra detrás. Lo que no ha observado Rahola es que su actitud de burguesa oprimida beneficia a la demagoga de su némesis, que adopta el papel de defensora del pueblo catalán sin dejar de sangrar a los barceloneses con las terrazas de los bares y el próximo impuesto sobre la recogida de basuras, que se las trae.
Solo echo de menos en este pugilato la representación física del mismo. Yo creo que una pelea en el barro a cargo de estas dos pelmazas demagógicas y logorreicas aportaría mucho entretenimiento al populacho, entre el que, por una vez, me incluyo. Aunque ya me conformaría con que intercambiaran sopapos y se tiraran del moño en el fantástico belén conceptual de la plaza de Sant Jaume, que Ada venera y Pilar aborrece. La chiquillería barcelonesa lo recordaría toda la vida, como mi abuela cuando fue a ver de niña el circo de un Buffalo Bill más apolillado que sus propios leones.