Eloi Badia es un tipo curioso. Sin complejos. Biopijo le llaman algunos, porque exhibe marcas de ropa costosas mientras predica las bondades de una vida ecológica y sostenible. El problema es que su ética medioambiental, que defiende con gran convicción, salta por los aires cuando coge las llaves de su furgoneta.
El concejal de emergencia climática, uno de los ideólogos de los comunes y hombre de confianza de Colau, tiene un vehículo, marca Volkswagen, de 1994. Se trata de una furgoneta que echa humo, mucho humo, que no podrá circular por Barcelona al activarse la Zona de Bajas Emisiones.
Badia, tan concienciado él con el medio ambiente, ha contaminado de lo lindo las calles de Barcelona en los últimos años. Hace unos meses dijo que había puesto en venta su furgoneta para esquivar las críticas. El 2 de enero de 2020, según ha admitido él mismo, todavía consta entre sus propiedades. Desconocemos si la quiere colocar a algún despistado o venderla fuera de Barcelona, cuando lo fácil sería llevarla al desguace y todos tan contentos.
El concejal más dogmático de Colau debería ser más prudente y, sobre todo, coherente. Tampoco es de recibo que vaya dando lecciones sobre las presuntas bondades de las políticas de remunicipalización tras fracasar con el servicio del agua y los servicios funerarios. En este sector alucinan (por ser generosos) con su desparpajo (o jeta). Hace dos años se hundieron 144 nichos en el Cementerio de Montjuïc por su nefasto mantenimiento y nadie asumió responsabilidades. Badia se desmarcó muy pronto del asunto y Colau no dijo ni pío. ¡Hace falta tener estómago!