Como todos sabemos, el portero de discoteca que tenemos al frente de la consejería de Interior ha concedido una prórroga a los pelmazos patrióticos de la Meridiana para que sigan incordiando a los automovilistas hasta mediados de este mes de marzo. Una prórroga renovable automáticamente, intuyo. Somos plenamente conscientes de que Buch rima con ruc, pero no es necesario que nos lo recuerden constantemente.

A Buch le da igual que entre la turba de desocupados de la Meridiana se hayan colado encapuchados con muy malas pulgas y que ya se hayan producido algunos incidentes desagradables entre procesistas airados y automovilistas no menos airados: como todavía no ha habido muertos, la cosa puede continuar hasta el Día del Juicio. Así lo quieren Puigdemont y su mayordomo Torra y así será mientras la policía autonómica y la Guardia Urbana tengan prohibido cumplir con sus obligaciones.

Ante tan insufrible situación, Sociedad Civil Catalana amenaza con cortar los viernes los túneles de Vallvidrera con una excusa muy brillante para un artículo de los míos -de hecho, lamento que no se me hubiera ocurrido en su momento-, pero francamente intempestiva en la realidad: si ellos le joroban la existencia al trabajador que se ve atrapado en un atasco, nosotros se la amargaremos al pijo del prusés que se vaya a esquiar los fines de semana. Dudo que todos los que sufran los cortes de SCC sean cochinos burgueses aficionados al esquí, así que lo único que vamos a conseguir es crear otro foco de conflicto circulatorio en Barcelona. Las teorías de SCC son las mías, pero esta vez no coincidimos en la praxis. Dicho lo cual, ¿se me ocurre algo para solucionar el abuso cotidiano de la Meridiana? Sí, se me ocurre algo, pero es una obviedad: el estado debería hacer acto de presencia en Barcelona -por mucho que se resista Pedro Sánchez a causa de sus negociaciones para el disfrute del sillón presidencial- y terminar con este desmadre.

Una de las funciones del estado es asegurar la libre circulación de los ciudadanos, concepto que los cansinos de la Meridiana y el señor Buch se pasan por el arco de triunfo, con la complicidad de Ada Colau, que deja solo a Albert Batlle a la hora de intentar revertir la situación. Como máximo representante del estado en Cataluña, la Generalitat debería haber solucionado este carajal hace tiempo, pero ya sabemos que tan noble institución no solo no lo considera una prioridad, sino que lo azuza. El ayuntamiento hace como que planta cara a la Generalitat, pero respeta escrupulosamente el protocolo y dice que el atasco es cosa de los mossos d´esquadra (aunque algunos guardias urbanos colaboren al desatino multando a los conductores que les tocan la bocina a jubilators y encapuchados).

Cuando ni la policía autonómica ni la Guardia Urbana hacen lo que tienen que hacer, yo diría que ha llegado el momento de recurrir a la policía nacional, aparte de intentar empapelar a mossos y guripas y mandos políticos por dejación de funciones. Está en juego la libertad del ciudadano, un asunto que debería ser sagrado para el estado si se tomase la molestia de hacer sentir su presencia en nuestra bendita ciudad. Lamentablemente, pedirle en estos momentos al estado que actué es perder el tiempo: la delegada del gobierno, Teresa Cunillera, es de natural pusilánime, y su jefe en Madrid no puede hacer nada que contraríe a los nacionalistas y los predisponga a complicarle la vida parlamentaria.

Conclusión: los unos por los otros, la casa sin barrer y el atasco soberanista sin resolverse. Y en cuanto a SCC, puestos a responder a una ilegalidad con otra, ¿no sería mejor organizar una brigadilla de encapuchados que disolviera a porrazos a los pesados de la Meridiana entre los aplausos de los automovilistas retenidos contra su voluntad? A grandes males, grandes remedios, chavales: si os detienen, me presentaré en comisaría para auto inculparme como inductor intelectual del delito. Y yo cumplo mi palabra, no como Puigdemont, que no sé ya cuántas veces ha dicho que vuelve y todavía lo estamos esperando.