Los comunes llegaron al poder levantando la bandera de la coherencia y de la decencia. Querían que las cosas se hicieran desde abajo y rechazaban que fueran impuestas desde arriba. Aspiraban a limpiar la podredumbre que rodeaba la política tradicional. Más de cuatro años después y algunas elecciones, los comunes de Ada Colau no han aportado mucho a la política municipal. Las parejas de los concejales encuentran acomodo en el entorno de la alcaldesa -Eloi Badia es un claro ejemplo-. Las grandes promesas como el acceso a la vivienda han evidenciado que una cosa es predicar y otra dar trigo. Las apuestas renovadoras -cuando no revolucionarias- se han quedado en un quiero y no puedo, como el caso de la empresa municipal energética, la funeraria municipal, el dentista accesible, o la rebaja del precio del suministro de agua.
En este último caso, la rebaja ha significado menos recursos para la empresa, pero no una ventaja para el bolsillo de los contribuyentes que han visto como los impuestos municipales han hecho saltar por los aires la supuesta rebaja que, a buen seguro, incidirá en las inversiones necesarias en una gran urbe como Barcelona. La empresa energética, esa Insula Barataria que Colau pretendía construir en medio del mundanal ruido, ha sido un fiasco y no digamos de la funeraria que murió, valga la redundancia, antes de nacer. No quiero ser redundante, pero todos estos grandes fracasos tienen un autor intelectual, el mismo concejal que coloca a su pareja en el consistorio. ¿Qué diría Eloi Badia si la pareja de Collboni, Valls, Maragall o Artadi trabajaran en el ayuntamiento? ¿Que diría si los fracasos fueran de los otros?
Si seguimos viendo el listado de “triunfos” llegaremos a la lucha contra la contaminación. Calles a 30 kilómetros a la hora, Via Laietana y Aragón sin coches, restricciones a los vehículos contaminantes -incluido el de Badia se supone- son las medidas aplicadas. Dicen desde el consistorio que son todo un éxito, y no se lo niego, pero estaría bien que tuviéramos datos más allá de consignas triunfales. Estas medidas no son positivas sino van acompañadas con acciones decididas en el puerto de la ciudad, no plantean planes alternativos al transporte o no comportan un aumento del transporte público que está más que colapsado. También, este éxito tiene un padre, el afamado concejal Badia.
Otros éxitos de la alcaldesa Colau nos llevarían al despido masivo de trabajadores de los centros de ocio del Parc Olímpic, que se van a quedar con una mano delante y otra detrás, los fiascos con las terrazas de bares y restaurantes, las restricciones en las plazas hoteleras y la incapacidad para poner coto a los pisos turísticos, o sin ir mucho más allá, la falta de soluciones a los problemas de amianto que afectan a los trabajadores del metro. Por si fuera poco, la inseguridad sigue siendo un tema candente. Los problemas han amainado, Albert Batlle tiene mucho que ver en esta mejora de la situación, pero seguimos con un alto índice de hurtos, y lo que es peor de robos con violencia.
Algo tendremos que hacer. El sablazo del coronavirus está dejando noqueada la economía de la ciudad. Primero fue el Mobile y le ha seguido Alimentaria, y tal como están las cosas todo puede ir a peor. No podemos hacer como el Barça que se conforma con sobrevivir ante los malos resultados de los otros. No es el camino a seguir, Barcelona, y su alcaldesa, debe poner pie en pared y tomar la iniciativa. No se puede seguir así por mucho tiempo. El panorama es demasiado negro y aquellas banderas de los comunes están hechas jirones. Algunos concejales deberían ser conscientes y tirar la toalla. Mejor por iniciativa propia que forzados por el hartazgo general. Parafraseando una conocida canción “companys, no es això”.