Parafraseando el conocido refrán, uno ha llegado a la conclusión de que más vale sociata conocido que común por conocer. De ahí que, más allá de la desgracia personal, me preocupe que Jaume Collboni haya caído víctima del coronavirus. ¿Quién va a vigilar ahora a Ada Colau y tratar de desactivar sus ocurrencias? No es que el pobre Collboni destacara especialmente en esas tareas tan necesarias, pero quiero creer que, como el sufrido Albert Batlle, hacía lo que podía.
Dejada a su libre albedrío, Ada puede darnos algunas sorpresas más molestas de lo habitual. Tengo dos noticias de actualidad sobre nuestro querido ayuntamiento. Una buena y otra mala. La buena es que Eloi Badia ha caído en desgracia; la mala, que su sustituta a la hora de disfrutar de la plena confianza de la alcaldesa es Janet Sanz, a la que le ha sido encomendada la misión de librarse del acecho de los malévolos dueños de restaurantes, bares y discotecas del Port Olimpic, quejosos ante la expulsión anunciada por Ada, recurriendo al acreditado sistema de facilitarles un número de teléfono en el que, como informaba Crónica Global, no se pone nadie.
Creo que no hay ni un contestador automático para que el frívolo de turno se desahogue grabando unos exabruptos. Teniendo en cuenta que la especialidad de Sanz es responder a los periodistas con conceptos que no guardan ninguna relación con sus preguntas, lo del teléfono que nadie descuelga me parece un paso lógico en su habitual dirección. Lamentablemente, los empresarios del Port Olimpic se lo han tomado como una muestra más de recochineo municipal. Lo único bueno que puedo decir de Janet Sanz es que, por lo menos, sale más barata que Eloi Badia, quién enterró una buena suma de dinero público en su cruzada personal contra Agbar.
Aquí cada uno tiene sus manías: si Ada no puede soportar las terrazas, a Eloi se le ha atragantado la empresa encargada de la gestión del agua en Barcelona. Tampoco se lleva muy bien con los sepultureros privados, como se pudo comprobar con su plan, tan fallido como el de la remunicipalización del agua, de crear una funeraria pública (mientras se le hundían 144 nichos del cementerio y él ponía cara de a mí que me registren).
No sé si la ciudad gana gran cosa cambiando a Badia por Sanz, pero quiero creer que igual conseguimos ahorrarnos unos euros. En cualquier caso, entre la estrella caída y la estrella emergente, vamos servidos de iniciativas absurdas bendecidas por Ada Colau, una mujer que suele olvidar que, para muchos barceloneses, entre los que me cuento, no es más que ese mal menor que Manuel Valls aceptó en nuestro nombre para librarnos del Tete Maragall. Recemos, pues, por la pronta recuperación de Jaume Collboni y tampoco nos cebemos con él: si ha caído Ortega Smith, ese pedazo de caudillo providencial, nadie está a salvo del coronavirus y ya solo podemos confiar en que, como asegura Donald Trump, otro faro de Occidente, éste perezca a manos del caloret estival.