Vaya por delante: la propagación del coronavirus es un desastre sin paliativos y bien está lo que sirva para ponerle fin. Estos días han proliferado tanto los especialistas en epidemiología que mejor no unirse a su grey y dejar en manos de los expertos las decisiones a tomar, confiando en que sean capaces de convencer de ello a los dirigentes políticos. Siempre que no propongan barbaridades, porque tampoco es cosa de asumir ese cientificismo que supone que la ciencia tiene siempre la última palabra en todo.
Una de las medidas tomadas por el Ayuntamiento de Barcelona para combatir la epidemia ha sido la de cerrar temporalmente el servicio nocturno de metro durante los fines de semana. Un servicio más que costoso para la empresa (es decir, el contribuyente) y sin apenas beneficios. Cualquiera que haya acudido a la estación de Marina en una de las madrugadas de marras habrá podido comprobar que muchos de los usuarios pasan sin pagar, envalentonados por el consumo etílico. Llegan en tal cantidad que es difícil frenar la avalancha.
Este servicio lo puso en marcha Jordi Hereu en 2007, con el argumento de que contribuiría a reducir la accidentalidad. Los siguientes gobiernos municipales lo han mantenido, pero hay una cosa evidente: no se trata de algo que facilite la movilidad obligada. Ir de copas no es obligatorio. Al menos, de momento, por más que algunos poderes prefieran a una población con el cerebro embotado.
Las subvenciones a TMB por unas y otras cosas rondan los 250 millones de euros anuales. Se comprende que las administraciones cubran el déficit de la empresa porque presta un servicio público indispensable para el funcionamiento de la ciudad. Pero una empresa pública con pérdidas haría bien en restringir los gastos innecesarios. Y entre las necesidades de la ciudadanía figura ir a trabajar, a estudiar y al médico, pero no irse de borrachera. Más aún: si alguien puede pagarse las cervezas que quiera o la entrada a un local de ocio, con o sin música, puede también pagarse el transporte de vuelta a casa. O volver dando un paseo, lo que contribuiría a disolver los vapores del alcohol. Barcelona es una ciudad pequeña en extensión: desde la zona de Almogávars, donde se concentran no pocos de estos locales, hay como mucho seis o siete kilómetros a cualquier punto de la ciudad (poco más de una hora a pie), con la excepción de Vallvidrera.
Hay otra posibilidad, para el caso de que se quiera mantener este servicio. De la misma manera que se cobra una tasa a los hoteles para que los turistas contribuyan a pagar los servicios de la ciudad que les acoge temporalmente, se podría cobrar una tasa a las salas de ocio, tasa que se destinaría íntegramente a financiar el metro nocturno.
Iniciado el periodo de alarma decretado por el gobierno, se ha visto que los convoyes de las horas punta, que coinciden con las entradas y salidas de los trabajos, se llenaban de pasajeros que, a la postre, vulneraban la consigna de mantener las distancias para evitar el contagio masivo. Si se dedicara a esos tramos horarios el dinero que se malgasta en las noches de vino, rosas y algunas espinas, se podría mejorar el servicio verdaderamente necesario.
El consistorio anunció el mismo lunes que se había producido un descenso de entre el 75% y el 80%, pero que se había registrado también un aumento inesperado entre las 6.00 y las 7.00 en las líneas 1 y 5. Quizás sea la falta de costumbre de usar el transporte público por parte de la cúpula de TMB, pero cualquier usuario sabe que, cuando se anuncian problemas, mucha gente toma la precaución de salir antes de casa. “TMB está ofreciendo la máxima oferta posible con el personal disponible”. Pues igual es eso: que falta personal del que trabaja y sobran directivos de los que no viajan en metro.
Escribió Epicuro hace 2.300 años: “De los deseos, unos son naturales y necesarios, otros naturales pero no necesarios, y otros, al fin, ni naturales ni necesarios”. El metro de las borracheras no es en modo alguno necesario. El de los días laborables, sí. Barcelona no es una ciudad rica, de modo que el dinero destinado a las noches de neón estaría mucho mejor invertido en servicios para el mundo del estudio y del trabajo.