Casi nadie podía llegar a imaginar que tendríamos que quedarnos en casa sin poder salir durante una larga temporada. Cuando Faith Popcorn, una consultora de marketing y creadora de tendencias y muy sensible a vivir apartada de las grandes ciudades, nos explicaba lo que llamaba cocooning, no alcanzábamos a entender las bondades de un modelo de comportamiento cuyo principal objetivo era acomodarnos en la soledad de estar encerrados en nuestra casa. Quien nos hubiera dicho que en la actualidad esta corriente algo esnob, nos obligaría a ello sin quererlo. Alejarse de la sociedad por este tsunami sanitario a nivel mundial, necesariamente nos va a exigir un nuevo planteamiento de nuestro hogar. El aislamiento individual va en contra de nuestra forma de vida, necesitamos socializarnos y comunicarnos unos con otros para poder enriquecer en todos sus aspectos, nuestra personalidad. Indiscutiblemente, la reclusión en nuestra casa comporta algunas estrategias a implantar para hacerla más llevadera.
La vivienda en este supuesto, tiene que ser un espacio apacible y acogedor. El espacio arquitectónico tiene que dotarnos de diversos requisitos que sin duda necesitamos cuando estamos confinados en él. La expansión de las nuevas tecnologías constituye una ayuda para proporcionar un contacto con el mundo exterior y también de entretenimiento. Las redes sociales, los videojuegos el streaming, son algunos de los instrumentos que nos permiten llevar esta temporada de aislamiento algo mejor. Internet así mismo nos faculta poder realizar cierto tipo de teletrabajo, y estar activos laboralmente. Y esto indiscutiblemente es una ventaja.
Pero sin embargo, no participar del espacio urbano tanto social como culturalmente, nos hace sentirnos prisioneros en nuestra propia casa. Nuestra vivienda definida como refugio platoniano se hace más actual en estos momentos. La interpretación de nuestra casa como “refugio” adquiere un valor semántico de abrigo, de protección y de socorro, que va más allá de lo que vulgarmente entendíamos como nuestro hogar. La vivienda se convierte de esta manera en el espacio casi bien amurallado que nos protege del peligro exterior.
El confinamiento nos obliga a rediseñar el espacio habitable que en primer lugar no altere la convivencia en familia. Nos veremos obligados a dotarnos de espacios de privacidad tan necesarios para nuestro equilibrio emocional. El dormitorio podrá tener funciones que escapan al de ser un lugar para dormir, y en cierto momentos tendremos que recluirnos en él si queremos disponer de cierta intimidad que la convivencia en familia pueda alterar. Nuestro recibidor, durante esta temporada, dejara de tener el uso para el cual se diseñó. No tenemos que recibir a nadie. En los pasillos y en las habitaciones aparecerá la oportunidad de practicar el ejercicio físico. El contacto físico con el exterior se va a reducir a una ventana, un balcón o terraza.
La frontera entre el interior y el exterior adquiere mayor significado. La terraza o balcón ya no es una barrera o filtro con el exterior, sino que se convierte en el espacio necesario para poder tener aire fresco y de esta manera poder aliviarnos de las cuatro paredes de nuestra casa que día a día se aproximan psicológicamente unas contra otras aprisionándonos hasta límites insoportables. El balcón o terraza asume un protagonismo que posiblemente antes no tenía. Ha suplido a la calle y se ha convertido en el espacio social necesario. Las macetas han dado paso a las sillas, a la música, a las caceroladas, en definitiva a la comunicación vecinal. Esto ha comportado utilizar estos espacios como lugares de interconexión y empatía social. Un uso hasta ahora desconocido, y que posiblemente nos ha brindado una nueva oportunidad de interrelación que hasta ahora no hubiéramos sospechado.
Habrá que replantear nuestra vivienda para que nos permita la multiplicidad de usos y al mismo tiempo no alterare la convivencia. Todo un reto que hará reinventarla constantemente. El hogar nunca mejor dicho, pasa a ser un único espacio de ocio, de trabajo, de familia y de comunicación. Un desafío al que tendremos que ir adaptándonos, porque nuestra salud está en juego.