Aquí, dice un viejo dicho, el más tonto hace relojes. Y se podría añadir que encima se cree que los hace bien. De modo que, ante la pandemia, no sólo han proliferado los expertos en medicina y transmisión de enfermedades formados en comunicación directa con el espíritu santo, sino que también se han multiplicado, sobre todo entre los políticos, los profetas del pasado. Los que ya lo sabían todo y se quejan de que no se les hiciera nunca caso. Ada Colau, por ejemplo, ha explicado que supo pronto que las cosas iban mal, gracias a amigos suyos de Lombardía. Una fuente excelente: ni científicos ni estudios de campo. Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Por supuesto, avisó y nadie le hizo caso. Sobre todo, no le hizo caso el Gobierno catalán, al que ahora ya puede criticar para compensar que éste critique al Gobierno central, donde Podemos participa.
Hay estrategias que se repiten. En el PP, Casado critica poco y deja que sean sus machacas los que se lancen a la yugular del gobierno. Por ejemplo, la madrileña Díaz Ayuso, que mientras busca por el ancho cielo los aviones que no le llegan, encuentra tiempo para explicar que todo es culpa de los demás. O el ex presidente extremeño José Antonio Monago, aquel que hacía que le pagaran los viajes a Canarias para ver a una novia. Ahora se gasta el dinero en poner anuncios en Facebook diciendo que el gobierno miente y que él lo sabe. Es posible que el Gobierno mienta, pero la oposición, de momento, aún le gana.
En Barcelona, Dolors Sabater, ex alcaldesa de Badalona y correligionaria de Colau, hace las veces de Monago y critica al Gobierno central, a la vez que salva a los del 3%. En un reciente artículo en Critic, la mujer se despacha: “El virus era una clara amenaza, hubo tiempo de prevenir y proveer. Y no se hizo nada”. ¡Qué barbaridad! ¡Qué ciegos estuvieron todos los demás al no preguntarle a ella! Fina analista, ha descubierto por qué el Ejecutivo que preside Pedro Sánchez ha hecho lo que ha podido (con mejor o peor fortuna) para frenar la epidemia. No ha sido, contra lo que pueda parecer, pensando en el bien de la gente sino para apuntalar el militarismo: “Todo eso que está pasando con el ejército en nuestras calles, marcando territorio bajo los focos y las cámaras, y con los políticos posando para la foto, va no obstante de otra cosa, de una cosa nada inocente. No nos confundamos. Estamos ante una campaña de exaltación del cuerpo militar por todo el Estado Español, y con un claro objetivo político específico para los territorios díscolos con la sacrosanta unidad”. Vale la pena repetirlo: fina analista. El coronavirus no es más que una estrategia del perverso Estado español contra el independentismo. Para dejarlo claro: “Pedro Sánchez mostró las cartas desde el primer día con la recentralización, el menosprecio del Gobierno catalán y de la comunidad científica catalana, y llevando a cabo una errática gestión de la pandemia bajo objetivos más políticos que sanitarios y bajo criterios más militares que científicos”. Puro comentario de texto: la “comunidad científica catalana”, como es bien sabido, no forma parte de la mera “comunidad científica”. ¡Faltaría más! Hay que llevar el hecho diferencial hasta las últimas consecuencias.
Sabater está en línea con los avispados muchachos que frenaron la colaboración del Ejército en la limpieza de hospitales en Cataluña o en la construcción de espacios de refuerzo en Sabadell. Eso sí, en nombre del antimilitarismo. Una actividad que, dice Sabater, es de riesgo aunque “es un riesgo que hay que correr, y que asumo con ganas”. Se ha olvidado de decir qué riesgo corre. ¿Tanto como los soldados que retiran cadáveres y limpian zonas infectadas? Por cierto, esta mujer, funcionaria de profesión, no deja de señalar que al Ejército “lo pagamos todos”. ¿De dónde creerá que sale su sueldo?
Este “cráneo privilegiado”, para decirlo con Valle-Inclán, fue alcaldesa de una de las principales ciudades del área metropolitana y sigue cobrando del erario público. Dinero de todos.