El confinamiento de los niños es un problema en todas partes, pero lo es sobre todo en las ciudades. Y muy especialmente en aquellas en las que la especulación del suelo producida durante décadas apenas ha dejado espacio ni para juegos ni para plantas que limpien el aire contaminado. Es el caso de Barcelona. Resulta encomiable que su alcaldesa, Ada Colau, se preocupe por los niños encerrados entre cuatro paredes y a veces sin terraza ni balcón. Pero, ya puestos, mejor será pensar en cómo debe ser la ciudad del futuro atendiendo a las necesidades de esos mismos niños y de los que vengan. Porque ahora cuando salgan a la calle sólo podrán pasear por aceras estrechas, plazas pequeñas y parques menores que algunos jardines privados. No es culpa de este equipo de gobierno. Pero corregirlo no figura entre sus prioridades.

Barcelona tiene, oficialmente, 17,71 metros cuadrados de espacios verdes por habitante. Una cifra que se ajusta escasamente a la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, que aconseja 15 metros cuadrados por cada ciudadano. Pero es que en el caso barcelonés este porcentaje tiene cierta trampa: incluye las zonas correspondientes a Montjuïc y Collserola. Esto hace que los distritos que no tocan a estas montañas presenten porcentajes de verde menos que pobres. Sin contar los terrenos de las dos montañas, la media por habitante se queda en 6,84 metros por barcelonés. El equivalente a una habitación no demasiado grande.

La mayoría de los distritos presenta un grave déficit de lugares adecuados para que puedan jugar los niños. Es el caso del Eixample (1,85 metros cuadrado de zona verde por habitante), Gràcia (3,15) y Sant andreu (3,75). Ciutat Vella (5,89) y Sant Martí (7,30) tampoco son distritos especialmente dotados. En el caso de Ciutat Vella, la cifra crece porque cuenta con el parque de la Ciutadella. Es decir, la mitad de la ciudad tiene menos de la mitad de las zonas verdes que recomienda la OMS.

Les Corts tampoco llega a la cifra propuesta por la organización médica, ya que se queda en 13,77 metros por habitante, pero si se le resta la parte que corresponde a la montaña de Collserola baja a 8,82 metros cuadrados. Y eso que este distrito contabiliza como zona verde el trazado del tranvía a su paso por la Diagonal porque, como explicó en su día un responsable de Parques y Jardines, “podría ser de cemento, pero es de césped”. A pesar de tan bizarra explicación, resulta difícil imaginar que los niños confinados puedan utilizar ese espacio para pasear o estirar las piernas cuando puedan salir a la calle.

Tres de los otros distritos (Horta, Sarrià y Nou Barris) superan la media sugerida por la OMS si y sólo si se contabiliza la parte de Collserola que les corresponde. Finalmente está Sants (16,46), el único que alcanza la cifra porque incluye la montaña de Montjuïc. (Los datos proceden todos del documento municipal Plan verde y de la biodiversidad de Barcelona 2020).

Obsérvese que ninguno de los terrenos que permiten ampliar la media por distrito puede ser utilizado estos días por la ciudadanía. Nadie puede ir ni a Montjuïc ni a Collserola ni siquiera a la Ciutadella debido al confinamiento, de modo que el espacio verdaderamente disponible para el ciudadano se limita al poco adoquinado de las aceras en muchas calles adelgazadas para que puedan aparcar los coches.

Barcelona ha crecido de forma desordenada, impulsada por la mera especulación, como si el criterio a seguir fuera el del alcalde Juan Pich y Pon, político que fue lerrouxista y estraperlista y de quien cuentan que, observando un día Barcelona desde el Tibidabo, exclamó con satisfacción: “¡Cuánta propiedad urbana!”

Por los niños se preocupa también (quizás por encargo de algún monje montserratino) el presidente del Gobierno catalán, Joaquim Torra. Hace unos días reclamó que se les permitiera salir de casa. Cuando el Gobierno central anunció que iba a permitirlo, Torra tildó la medida de temeraria ya que los pondría en peligro. Y es que lo suyo es ir a la contra. Nadie sabe si, como dice Meritxell Budó, en una Cataluña independiente moriría menos gente, aunque con gobernantes así resulta dudoso. Pero lo que está claro es que entonces Torra no sabría qué decir. De momento lo que hace es sólo llevar la contraria. Con eso cree haber cumplido.

Y mientras: ¡pobres niños barceloneses! No saben si deben quedarse en casa o si pueden salir. Y en el segundo caso ¿adónde? Siempre podrán pasear por unas aceras llenas de orines de perros que, hasta ahora, tenían derechos de uso que estaban y están vetados a los críos.