El pasado 17 de abril, una cápsula Soyuz MS-15 aterrizaba en las estepas de Kazajistán. A bordo iban dos astronautas de la NASA, Andrew Morgan y Jessica Meir, y un cosmonauta ruso, Oleg Skriposhka. Los tres se habían pasado algo más de nueve meses en la Estación Espacial Internacional, en órbita a la Tierra, haciendo lo que hacen los astronautas y los cosmonautas: experimentos científicos, trabajos de mantenimiento, algo de ejercicio e intentar no volverse locos en un confinamiento estricto, pero estricto de verdad. Que por no poder, no podían ni abrir la ventana, porque afuera estaba el espacio exterior, la nada. ¡Qué ganas tenían de abrazar a sus familias! De salir a pasear, de tomar el aire fresco…
La sorpresa fue mayúscula cuando, una vez en la Tierra, se vieron sometidos a una cuarentena cien veces más estricta que la habitual en estos casos. El covid-19 había aparecido y se había extendido entre los seres humanos mientras ellos permanecían en órbita. Sus declaraciones a la prensa son como esas recetas de cocina: un punto de frustración, un punto de consternación, una pizca de estupor, una cucharadita de humor y resignación a discreción de cada uno.
¿Qué nos espera a nosotros cuando salgamos del confinamiento? No soy un mago, no lo sé, aunque algunas cosas pueden adivinarse. Nos espera una temporada sin fútbol. No habrá Diada multitudinaria en septiembre, aunque algo ya se les ocurrirá. Algunos extrañarán a un padre, un abuelo o un amigo, al que nunca más volverán a ver. Viviremos en una ciudad sin turistas, sin bares, sin restaurantes, sin discotecas… No sabemos todavía cuándo o cómo iremos a trabajar, pero, lo que es más serio y más grave, no sabemos cuántos de nosotros tendremos todavía un puesto de trabajo. Poco a poco, nos acostumbraremos al tiempo que, de nuevo poco a poco, regresará esa cosa que ahora añoramos tanto y entonces denostábamos con hastío, una utópica normalidad.
Les recuerdo que una de las características de esa normalidad es que no era muy normal, que digamos. Y temo que tantos días de encierro la hayan «anormalizado» un poco más.
Veamos: El procesismo no ha cesado de echar leña al fuego y emplea la epidemia como una oportunidad de marcar las diferencias entre el pueblo elegido y aquéllos que se oponen a sus designios. Los trogloditas que tanto abundan en las redes sociales recogen esas semillas de odio y menosprecio y hacen de ellas grandes árboles, a la sombra de los cuáles se cobija demasiada gente que así se siente superior a los demás, porque no es otro el secreto de su éxito. Cuánta mentira, cuánta maldad y cuanta tontería en las últimas declaraciones del señor Canadell o la señora Budó, por citar los penúltimos ejemplos.
Pero no se libran de la tontería nuestras izquierdas. No sé a qué espera el Ayuntamiento de Barcelona a decirle al presidente de la Cambra de Comerç que sus declaraciones fueron asquerosas, tal cual lo digo. Pero le ha faltado tiempo a Janet Sanz para pedir que SEAT no vuelva a fabricar automóviles, sino cosas bonitas, mostrando a las claras que algunos que nos gobiernan siguen instalados en los mundos de Yupi. Es verdad que toca repensar una ciudad más limpia y sostenible, pero no veo yo planes con cara y ojos para mejorar el transporte público, y muchos piden al Ayuntamiento medidas de auxilio a los pequeños comercios y negocios de la ciudad, que no sé hasta qué punto están previstas y dispuestas. ¡Hay que ponerse las pilas! ¡Más que nunca!
Tampoco veo yo las derechas muy puestas a arrimar el hombro. Cuando es más necesario un acuerdo y una unidad ante la que se nos viene encima, se recrean no en la crítica constructiva ni en la propuesta, sino en la denostación pura, simple y estúpida. Ay, qué falta de talla política, cuánta tontería, de verdad.
En fin, la normalidad se nos va a echar encima y que nos pille confesados.