No creo que a nadie le ofenda que el alcalde (o alcaldesa) de una gran ciudad disponga para sus desplazamientos de un coche oficial. Aquello que hacía Ada Colau al principio de su mandato de ir a trabajar en metro era, además de una muestra de populismo típica de los comunes, una posible fuente de problemas: te podías topar con algún pasajero deseoso de explicarte lo que pensaba de tu gestión y, en ese caso, quedarías fatal si les decías a los guardaespaldas que lo molieran a palos allí mismo. Mucho mejor moverse en coche oficial. Y si hay que renovarlo a costa del erario público, se renueva, aunque tal vez no haga falta dejarse 47.000 euros en un SUV Peugeot 3008 Hybrid, que es lo que ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona en un momento francamente inoportuno. Cierto es que el vehículo anterior contaminaba de mala manera y tragaba gasolina una cosa mala, pero el pueblo se ha tomado la iniciativa como una cacicada en la línea de cuando Pablo Iglesias se compró el casoplón de Galapagar. Ya se sabe que el pueblo es, por definición, rencoroso y no suele dejarles pasar ni una a quienes considera unos muertos de hambre que han empezado a comer caliente gracias a la política.
En una situación normal, el coche nuevo de Ada Colau habría pasado prácticamente desapercibido, pero no estamos en una situación normal y, ante la ruina financiera que se acerca, la adquisición del súper SUV suena a despilfarro, aunque no lo sea….del todo. Eso sí, sin movernos de la industria automovilística, peor ha sido la ocurrencia de Janet Sanz -principal lumbrera municipal, en fiera competencia por el cargo con Eloi Badia, el hombre que se hace con un crematorio en el que no caben los ataúdes-, quien ha decidido aprovechar el parón laboral derivado del coronavirus para decir que hay que poner en su sitio a los fabricantes de coches y que tal vez haya que reciclarlos en no se sabe muy bien qué. Si la compra de un cochazo para la alcaldesa ya sienta mal en las actuales circunstancias, calculen ustedes cómo ha sentado la brillante idea de la señora Sanz ante el hambre que nos ronda. Las empresas automovilísticas no ven la hora de recuperar el ritmo de producción habitual, aunque se vayan a comer por falta de compradores las primeras remesas, y ahora les sale la sostenible Janet a decirles que más vale que se dediquen a otra cosa por el bien del planeta en general y de Barcelona en particular (nada que objetar, por cierto, al plan de su jefa para eliminar carriles de circulación para dejar más espacio a los paseantes).
Para acabarlo de arreglar, Janet Sanz se mueve en un Volkswagen Golf de 2002 que traga gasolina a granel y contamina lo que no está escrito (ya tarda el ayuntamiento en comprarle un coche nuevo que no emita 166 gramos de dióxido de carbono por kilómetro, como el Golf de marras, aunque no hace falta que sea tan chachi como el de su jefa). El SUV de Ada es una pequeña metedura de pata, pero la ideaca de Janet es, con perdón, una cagada monumental (lo del crematorio está muy bien, Eloi, pero no puedes competir con el desmantelamiento de la industria del automóvil). Ya solo le falta elaborar un plan para reciclar a los trabajadores de la SEAT en cultivadores de huertos urbanos. Es más, debe estar al caer.