El mundo se perderá este sábado el concierto grabado en los terrados y balcones de Barcelona, y no podrá verlo porque algunos de los artistas que iban a participar se apearon del proyecto a última hora. Les escandalizaba que el ayuntamiento estuviera dispuesto a emplear 200.000 euros de su presupuesto en un festival en lugar de emplearlos, por ejemplo, en mitigar los efectos de la pandemia del coronavirus entre los barceloneses más desfavorecidos. La alcaldesa tuvo que anularlo.
Está previsto que el lunes Ada Colau explique cómo se concibió el evento, la adjudicación de su contrata y con qué criterios. Ya ha adelantado, sin sonrojarse, que la cantidad nunca le pareció exagerada. Y Jaume Roures, el dueño de Mediapro y El Terrat, las empresas encargadas de la producción, también ha explicado que con esa cantidad apenas se cubrían los gastos de drones, helicópteros, grúas para subir los pianos a los terrados, el alquiler de los instrumentos, etcétera.
Barcelona, ens en sortirem, que así se llamaba el festival, es, como puede verse, una muestra representativa de cómo maneja la alcaldía el presupuesto de la ciudad.
En su primera campaña electoral, Colau dijo por activa y por pasiva que acabaría con el gasto de Xavier Trias en medios de comunicación --propaganda-- a lo que el entonces alcalde respondía en voz baja: “No lo hará, no lo hará”. Él sospechaba que si su oponente llegaba al poder no acabaría con el negocio, incluso aunque de verdad quisiera.
Y tenía razón porque su sucesora ha reducido el importe global, pero no ha acabado con un presupuesto que sigue siendo escandaloso. Lo más destacable de los cambios que ha introducido se refiere a los beneficiarios: los grandes grupos de prensa de Barcelona –La Vanguardia, El Periódico-- siguen pegados a la ubre municipal, aunque han tenido que conformarse con menos teca. Y, en paralelo, al comedero se han arrimado nuevos invitados –Ara, Time out, El critic--, cuya presencia se explica solo por la afinidad ideológica con el pensamiento comú, no por la difusión ni influencia de ninguno de ellos.
En 2015, Trias gastó en propaganda 13 millones. Era su último año como alcalde y quemó el 80% de ese presupuesto en el primer trimestre para llegar bien arreglado a las elecciones de mayo. En el anterior año electoral del consistorio, 2011, el presupuesto para estos asuntos había sido de cinco millones.
Colau ha reducido aquellos 13 millones a nueve, una cifra que se ha mantenido estable incluso en 2019, año de comicios. O sea, se ha quedado a medio camino entre Jordi Hereu, alcalde en 2011, y Xavier Trias, pero es más selectiva en los objetivos del gasto, tanto en lo que se refiere a sus beneficiarios como en la idea a la que debe servir.
Receptores del dinero, los amigos, por supuesto. ¿Para qué encargar el concierto a Betevé si la televisión municipal aún no está en manos de Roures?
Y doctrina: Barcelona como enclave amigable, antirracista, republicana, de izquierdas, feminista, ecologista, defensora de los derechos LGTBI; guay. Esa es la imagen de la ciudad que quiere proyectar Barcelona en Comú –un calco de su propia ideología--. Por eso gastó el año pasado 53.000 euros en su primavera republicana mientras solo empleaba 3.000 en la promoción del deporte. Y ahora quería invertir otros 200.000 con el mismo objetivo. Pura coherencia.
*(Las partidas destinadas a propaganda están embutidas y disimuladas en los apartados más insospechados de los presupuestos municipales, de donde se deduce que las cifras que aquí se citan son solo aproximadas y pueden contener errores de bulto; siempre a la baja.)