La etapa más estricta del estado de alarma nos ha permitido comprobar cómo serían nuestras ciudades sin automóviles. Incluso la fauna que nos rodea (y acecha) se dio por aludida y acudió a ocupar el espacio que los urbanitas dejaban libre.
Ese breve periodo de tiempo ha dado alas también a cierto movimiento ecologista, que ha lanzado la campaña Confinemos los coches, recuperemos la ciudad, que el jueves pasado organizó una manifestación en el centro de varias ciudades catalanas, Barcelona entre ellas. La idea que defienen es moverse a pie, en patinete o en bicicleta, pero nada que lleve motor, nada que exhale humo o ruido.
Es un idealismo sano e irrealizable, no ya porque la economía sería incapaz de generar un panorama como ese, sino porque los propios manifestantes tienen automóviles con los que salen y entran de Barcelona, quizá no para trabajar, pero si para el ocio y las vacaciones. ¿Cuántos de los ciclistas del jueves estarán sufriendo un ERTE, incluso cuántos aún no habrán cobrado el subsidio? No lo sé, pero tengo dudas.
Puestos a pedir, ¿no sería más razonable canalizar esas inquietudes hasta el ayuntamiento para que restrinja y ordene el acceso de los automóviles al centro? Eso es posible, de hecho ya se han dado pasos en ese sentido, como la desaparición del aparcamiento gratuito y las zonas verdes exclusivas para los vecinos. En algunos lugares incluso funcionan los peajes.
Sería lógico trasladar las propuestas para que el consistorio las ponga en marcha. Pero eso es mucho menos divertido que cortar calles durante un par de horas para prohibir el coche de los demás y luego irse a la terraza a celebrar lo sostenible que es uno. Dicho sea sin la más mínima acritud porque se trata de una impostura absolutamente pueril y normal en un país donde gobiernan una autonomía quienes reniegan de ella, donde los que descalifican a los tribunales de justicia son los mismos recurren a ellos, donde, en definitiva, todo es postureo, un teatro nada inocente que permite a sus protagonistas mantenerse en la poltrona mientras marean la perdiz y a los ciudadanos.
(Casi a la misma hora que los ciclistas colapsaban las principales calles de la ciudad, y a unos centenares de metros, la jefa de filas de uno de los partidos que apoyaban la marcha, Barcelona en Comú, amenazaba ridículamente a Nissan porque quiere dejar de fabricar coches en la provincia. La bomba.)