Cuando hablamos de Barcelona a muchos se nos sigue escapando una pequeña mueca de autosatisfacción, probablemente heredada por la inercia de aquella ciudad que nos dijeron que era prodigiosa. En nuestro egocentrismo eurocéntrico hemos podido ver comparaciones constantes con París, Londres o Múnich, pero en pocas ocasiones nos permitimos mirar más allá. Sin embargo, la situación en la que se encuentra nuestra ciudad y el futuro cercano que le acecha nos obliga a agudizar el ingenio y a buscar referencias que hasta la fecha habíamos obviado. La situación sobrevenida por la Covid19 deja al descubierto la debilidad de nuestra economía y exige por tanto repensar las soluciones de forma que vaya mucho más allá de las meras proclamas de “Barcelona tiene poder”. Es necesario dar un nuevo impulso a Barcelona, alejado del sectarismo de aquellos que tienen alergia a todo lo que suena a sector privado y creación de riqueza.
Si analizamos la economía de Barcelona nos damos cuenta de que nuestra ciudad no es tan tech como algunos podrían creer. El 90,2% de la ocupación en el año 2018 era en el sector servicios, y este mismo representaba el 90,5% del PIB. La falta de productividad de este sector deja en evidencia a una Barcelona que se ha querido vender siempre como ciudad moderna y productiva, pero que por el contrario, adolece de un tejido laboral vulnerable y de falta de proyectos empresariales tecnológicos de alto valor añadido.
Hablando en múltiples ocasiones con mi amigo y compañero Daniel Elicegui, hemos llegado a la conclusión de que, en la búsqueda de sectores económicos que puedan incrementar la productividad agregada de la ciudad y que permita incrementar las inversiones, es necesario cruzar el Mediterráneo y fijarse en una ciudad que para muchos barceloneses no es más que un punto lejano en el mapa. Tel Aviv.
La evolución de Israel da para análisis tan complejos como esperanzadores. Es increíble ver que un estado que se conforma en 1948, con pocos recursos naturales y con una situación geopolítica muy vulnerable, ha sido capaz de conseguir un crecimiento tan importante centrándose en su talento humano. Durante los años 80, Israel era un país inmerso en una grave crisis económica. En pocas décadas, la economía de Israel pasó de estar basada en la agricultura y la ganadería a estar a la vanguardia de la era de la información y la tecnología, llegando a un PIB per capita de 29.531 dólares en el año 2010. Pasaron de basar su economía en las exportaciones de las cosechas de cítricos a exportar bienes industriales para equipos de comunicaciones, software, equipos médicos, etc. Israel es hoy en día una de las economías líderes del mundo en alta tecnología y otros ámbitos de I+D científicos, con un nivel de gasto I+D civil de 4,7% del PIB.
Esto tuvo sin duda consecuencias importantísimas para su economía, y en este proceso ciudades como Tel Aviv jugaron un papel fundamental. Evidentemente nada de esto surgió por casualidad. Las bajadas de impuestos y los incentivos para la creación de empresas consiguieron iniciar un proceso imparable de crecimiento. Tel Aviv es, a día de hoy, el segundo mayor ecosistema de startup y capital riesgo del mundo. Tel Aviv atrae talento e inversión hasta el punto de ser la ciudad del mundo con mas startups e inversión por habitante.
Una ciudad como Barcelona, que cuenta a día de hoy con una economía frágil, debería ser capaz de extraer lo mejor del proceso de crecimiento de ciudades como Tel Aviv, de entender de qué modo ha sido capaz de atraer la inversión y la innovación que hacen de dicha ciudad el segundo Sillycon Valley del mundo.
Es importante no olvidar que cada época tiene su revolución, y para nosotros es acuciante entender el momento en que nos encontramos. Necesitamos ser pioneros en robótica, inteligencia artificial y movilidad autónoma. Barcelona debe convertirse en una ciudad capaz de atraer talento e inversiones. Para ello, debemos poner todas las facilidades posibles para que este cambio de modelo sea una realidad. Nuestra ciudad puede hacerlo. Tiene la capacidad económica suficiente para dar los pasos adecuados, pero desgraciadamente, por el momento, lo que no tiene es voluntad. Desde el gobierno del Ayuntamiento todavía no han entendido que la creación de riqueza es necesaria. Que los Ayuntamientos deben ser elementos activos en esta creación de riqueza y que la única vía posible para conseguir el desarrollo que nuestra ciudad requiere es la colaboración público-privada. Es imprescindible generar riqueza para después poder proceder al reparto equitativo de la misma. Sin riqueza no hay redistribución posible.
Es cierto que pese a glosar los éxitos de la economía israelí debemos también ser críticos con algunos de los aspectos de su proceso de crecimiento. No podemos obviar que las desigualdades siguen siendo un problema y que Barcelona debe poner especial atención en este punto, pero estoy convencido que, viendo la estructura económica de la ciudad, las desigualdades se van a producir de forma mucho más cruenta si no somos capaces de fijarnos en aquellos lugares que han sido capaces de basar su crecimiento en el mundo que vino para quedarse.