Todos hemos vivido el cierre de Nissan con cierto nerviosismo al saber las nefastas consecuencias que ello tendrá en nuestra ciudad. El nerviosismo y el miedo nos hace actuar de formas diversas. A unos el pánico les paraliza, a otros les agudiza el ingenio y a otros parece sacarles el lado más agresivo. Este es el caso de la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, que se ha permitido lanzar amenazas a la empresa que se supone quiere mantener en nuestra ciudad.
A nadie pasa inadvertido que el cierre de Nissan es un torpedo a la línea de flotación de la economía barcelonesa y metropolitana, y que tendrá efectos notables en nuestra frágil economía. La perdida de una empresa que opera en un sector clave para la recuperación económica de los próximos años tiene unas implicaciones que a día de hoy ya son conocidas por todos. La pérdida de 3.000 lugares de trabajo directo y cerca de 25.000 indirectos.
En el artículo anterior (Barcelona- Tel Aviv) se abordó lo importante que era para Barcelona conseguir un modelo económico que contara con un tejido de start ups tecnológicas mucho mayor para atraer capital a la ciudad. En este caso me gustaría centrarme en la necesidad de colaborar con empresas multinacionales potentes en el rediseño del mundo que viene.
Es evidente que el cierre de esta empresa guarda relación directa con la mala situación que golpea al sector del automóvil a nivel global, pero la situación política de Cataluña en general y de Barcelona en concreto dificulta muchísimo la atracción de grandes empresas multinacionales del sector del automóvil. El nacionalismo que reina en la Generalitat crea sistemáticamente inseguridades jurídicas que toda empresa ve con malos ojos, y el ataque sistemático del gobierno de la ciudad de Barcelona al vehículo privado como herramienta de movilidad suponen sin duda un problema añadido. Las declaraciones de los políticos tienen consecuencias, y ahora hemos podido ver como estas declaraciones afectan directamente a la economía y por tanto, a la vida de las personas. Estamos a las puertas de una situación todavía más complicada que la actual, y si seguimos la senda que ha marcado el separatismo y el populismo no seremos capaces de salir adelante. Se acercan momentos decisivos para Cataluña y para Barcelona y es imprescindible que se articule una alternativa a la locura procesista y a los discursos vacíos.
Es importante que no caigamos en la dicotomía en la que el gobierno de la ciudad intenta hacernos caer. Aquí no se trata de estar a favor del medioambiente, y por tanto en contra del vehículo privado, o ser una especie de aniquilador de la tierra. El sector del automóvil , al igual que todos los sectores productivos, tiene ante cada reto una nueva oportunidad. Y esas oportunidades no pueden encararse por parte de la administración si esta vive instalada en un sectarismo absurdo que no le permite ver más allá. Es importante llegados a este punto recordar las declaraciones de Janet Sanz hablando de la industria del automóvil hace algo más de un mes: “Es ahora o nunca. Hay que evitar que todo eso se reactive, por lo que necesitamos un plan estatal para que esa industria y esos trabajadores se puedan trasladar a sectores más limpios”. Sus declaraciones evidencian un desconocimiento absoluto sobre la importancia del sector y sobre las apuestas de innovación que tenemos a día de hoy sobre la mesa.
Declararle la guerra al sector del automóvil es a todas luces un error más que evidente si observamos algunos datos. El sector automovilístico representa el 10% del producto interior bruto de nuestra economía. Además tiene un alto valor añadido y ofrece buenas condiciones laborales y salariales a diferencia otros sectores con una tasa de temporalidad elevada, dificultad para la conciliación familiar y sueldos mucho más bajos. Quienes tenemos una verdadera visión social de la economía no podemos dejar pasar por alto estos datos. No podemos permitirnos destruir un sector que ofrece mejores condiciones a sus trabajadores que otros sectores. Por el bien de los ciudadanos de Barcelona, no podemos comprometer su pervivencia en nuestra ciudad. Además, de este sector dependen multitud de empresas auxiliares que lo necesitan para poder continuar con su actividad.
Cuando empecé a trabajar con Manuel Valls, aprendí que, más allá de las pulsiones ideológicas de cada uno, lo verdaderamente importante es mejorar la vida de los ciudadanos. Aprendí que la política iba de eso, y que, al enfrentarnos a un problema complejo como el actual, debemos ser capaces de elevar la mirada y buscar soluciones imaginativas. Eso es precisamente lo que hemos hecho desde Barcelona pel Canvi. En las últimas comisiones del ayuntamiento hemos pedido que se busque un nuevo socio industrial para el espacio que dejará vacío Nissan. Que se busque un socio persiguiendo criterios como el de la disrupción tecnológica.
Debemos atraer a Barcelona a empresas que se inspiren en la producción de vehículos de hidrógeno o en la producción de vehículos autónomos. Debemos y podemos apostar por la nueva revolución energética y de movilidad mediante tecnologías conocidas desde hace años pero que, gracias al interés de grandes partners como Toyota o Exxon han podido evolucionar y suponer una alternativa efectiva a los combustibles fósiles y las baterías.
Ahí está el futuro, y si el gobierno de la ciudad decide abandonar la conflictividad sistemática con las empresas y con el sector del automóvil basadas en un supuesto prejuicio ideológico que imposibilita la atracción de empresas de este tipo, todos podremos ganar mucho. Con los incentivos necesarios se puede atraer a este negocio a la ciudad y liderar la revolución energética. Podremos atraer empresas sostenibles, con alto valor añadido y con buenas condiciones para sus trabajadores. No hay nada más progresista que conseguir una economía limpia y de calidad que redunde en el beneficio de todos. Esta estrategia nada tiene que ver con la estrategia de amedrentar a las empresas que pretenden abandonar tu ciudad por la situación política que uno mismo genera. Barcelona necesita política alejada del sectarismo. Barcelona necesita repensarse. Tenemos una oportunidad. ¿La dejaremos escapar de nuevo?