La estatua de Colón ha configurado, durante años, la perspectiva de la ciudad de Barcelona. Se le suponía mirando hacia el Nuevo Mundo como expresión de la voluntad de innovación y esperanza. Los mismos proyectos de futuro que estaban vinculados a la Exposición Internacional de 1888. Ahora resulta que no, que en realidad simbolizaba las masacres sufridas por los nativos de las nuevas Indias. Nada tiene de extraño que se pida que se desmonte y se venda en pública subasta para financiar lo que sea menester. El pobre Colón ha pasado de ser reivindicado como catalán a ser repudiado como colonialista. No hay mucha diferencia entre esta actitud y la de los talibanes de Afganistán que se dedicaban a dinamitar las estatuas de los Budas por no ser musulmanes. Es lo mismo que hicieron los cristianos en Egipto con una parte considerable de los templos de épocas anteriores.
La historia fue como fue y lo que se llama progreso consiste, precisamente, en corregir las actitudes impresentables (individuales y colectivas) de forma que se eviten en el presente y en el porvenir. A ese tipo de progreso colabora la educación y explicar lo que ocurrió realmente. Incluso lo que ocurre, porque igual resulta que sigue habiendo discriminación y que no es Colón el culpable. En vez de suprimir las estatuas (como Stalin hacía borrar de las fotografías las imágenes de los purgados), bueno sería poner debajo de la figura de un dictador precisamente eso, que fue un dictador y, con frecuencia, un asesino. Y junto a la de un negrero, explicar lo que fue la esclavitud, o sus versiones contemporáneas.
Pero los modernos aprendices de Stalin (entre ellos gente que se dice de izquierdas, es decir, partidaria de la racionalidad) prefieren reescribir la historia suprimiendo todo lo que no les guste. Hay que ir con cuidado: hace cuatro días los estalinistas de Nova Historia (no se reivindican como tales sólo porque Stalin no era catalán) ya sugirieron eliminar del callejero de Sabadell los nombres de Machado, Quevedo, Góngora y Goya, todos ellos españoles natos.
Si se admite la propuesta (carísima e irrespetuosa con la historia del arte) de derribar Colón, no habría que quedarse ahí. Se tendría que extender la purga a los nombres de plazas y calles. Que desaparezcan todos los sospechosos de graves maldades. ¿Espronceda? Escribía en castellano. ¿Prim? Defendía la unidad territorial española. ¿Nil Fabra? Firmaba Nilo. ¿Jaume I? Ya se sabe, gracias a Pitarra, que era un salido. ¡Machista impenitente! Eso del machismo retrospectivo tiene a su favor que era cierto. Casi todos los antiguos (y las antiguas) eran machistas, de modo que nadie nacido antes de 1848, fecha más o menos oficial para la reivindicación del voto femenino, debería tener calle alguna. Pero tampoco es cosa de numerarlas, porque los números recuerdan a los banqueros, practicantes todos de la usura (es como llaman la Biblia y el Corán a los préstamos a interés). De modo que habrá que suprimir también el nombre a la calle de Manuel Girona.
Es curiosa la vocación de estos censores de reescribir el pasado pero dejar intacto el presente. Puestos a revisar: la mayoría de títulos nobiliarios derivan de hechos de conquista acompañados de masacres. ¿Por qué no abolir todos los títulos (y las propiedades asociadas) de la aristocracia, incluido el de Rey? Después de todo, Felipe VI desciende del más que absolutista Luis XIV y de un dictadorzuelo como Fernando VII (que tiene calle en Barcelona). O los títulos de obispo y papa, que tienen un pasado común, la Inquisición, y una fortuna española bendecida por los acuerdos con Franco. Pío XII da nombre a una plaza en Barcelona, obviando que bendecía a los aviones nazis y fascistas antes de los bombardeos.
¿Alguien se ve revisando el pasado xenófobo de Heribert Barrera? No tiene calle por los pelos. Xavier Trias propuso dedicarle una. La iniciativa no salió adelante porque aún hay mucha gente que recuerda sus racistas salidas de tono. Pero todo eso da mucho trabajo. Es mejor meterse con Colón y con Antonio López y dejar en paz a los Güell o al obispo Irurita, que iba a ser beatificado como mártir hasta que se descubrió que era un vivales. Y a la Iglesia, sobre todo no tocar a la Iglesia, para que los Pujol y los Torra y los Fernández Díaz puedan seguir acudiendo a misa a darse golpes de pecho y luego financiar los colegios religiosos donde, como es sabido, ni ha habido agresiones sexistas a los niños ni había hace apenas cuatro días discriminación entre ricos y pobres. Pero claro, los pobres de aquí no eran negros, de modo que los jesuitas que les daban becas a cambio de hacer tareas de limpieza no pueden ser considerados negreros.