Hace más de 40 años que Barcelona ponía fin al paso de los tranvías por la ciudad. Un medio de transporte que había contribuido al crecimiento y desarrollo de la ciudad, pero que con los años se convirtió en un estorbo para el desarrollo urbanístico. El tranvía era ruidoso, lento y provocaba cierta incomodidad en cuanto a costes de mantenimiento. Unas consideraciones que llevaron a olvidar este medio de transporte por el vehículo motorizado, salvándose de la quema únicamente el tranvía azul, de una forma simbólica. Un transporte casi exclusivamente turístico y que hoy día está suspendido.
Para hacer un poco de memoria, Barcelona ha tenido una historia muy ligada al tranvía. El 27 de junio de 1872, entró en servicio el primer tranvía, con un trayecto que discurría desde la Boqueria hasta la actual plaza Lesseps. Con sus más de 100 años de existencia ha pasado por diversos acontecimientos que han provocado en un principio su potenciación, así como al final su desaparición. Al poco tiempo de su implantación, se electrificaron los vehículos para dotarles de más potencia y de mayor rapidez para, años más tarde, durante la Gran Depresión y la Guerra Civil, acabar en desuso. Este cierre de líneas se hizo extensivo a toda la ciudad, hasta que en el año 2004 el tranvía volvió a nuestra ciudad, implantando unos modernos vehículos, después de 33 años, para cubrir la línea denominada Trambaix. A partir de este momento, al igual que en otras ciudades y capitales europeas, fueron tomándose en consideración las bondades que podía tener un transporte como este, principalmente por la sensibilidad que tenían las grandes urbes con respecto a la sostenibilidad ambiental. La profesora de Geografía Urbana de la Universidad de Heidelberg, Ulrike Gerhard, apuntaba este medio de transporte como el ideal ya desde hace algunos años, con la consideración añadida de que fuera gratuito. Una propuesta que lógicamente contribuía a una pacificación del tráfico, porque la gratuidad del transporte público deriva en una menor utilización del vehículo privado. Una reflexión que tarde o temprano tendrá que estar sobre la mesa de nuestro consistorio, haciéndola viable por mediación de una financiación vía presupuesto municipal o a través de la iniciativa privada.
Pero en el caso que nos ocupa, la conexión del Trambaix con el Trambesòs a través de la Diagonal de Barcelona ha sido motivo de disputa. La primera idea y la que parece más lógica, que era la de dar una unidad viaria al conjunto de las dos líneas, comportaba una serie de problemas técnicos y también roces políticos que hacen, en este momento, no ponerse de acuerdo. Desde los que piensan que es el transporte urbano más sostenible y rápido, y que consecuencia de ello tiene que tener prioridad sobre los vehículos rodados públicos y privados, hasta los que opinan que un trayecto prioritario de estas características, al tener paradas con distancias mayores que tres manzanas de Barcelona, puede llegar a modificar el tráfico de las calles que atraviesan la Diagonal.
Algunas voces en este aspecto alertan que la implantación del tranvía por la Diagonal y su necesaria prioridad semafórica puede llegar a acarrear un colapso circulatorio en esta parte de la ciudad, así como también la problemática que se produce en la Diagonal al reducirla a dos carriles. Uno de los organismos que se ha posicionado en contra ha sido el RACC, que ha presentado varias propuestas alternativas, porque a su juicio la conexión de ambas líneas de tranvía comporta graves perjuicios a los vecinos de esta parte del Eixample. Unas propuestas alternativas que parece ser que no tuvieron ninguna respuesta por parte del Gobierno municipal. Porque el equipo de gobierno de este Ayuntamiento tiene como prioritario la conexión de ambas líneas por la Diagonal, aunque supeditado a una disponibilidad presupuestaria municipal que actualmente no tiene, ni está en la previsión. Ni la Generalitat ni el propio Ayuntamiento, que son los promotores de esta infraestructura, sorprendentemente no la incluyen en ninguna partida presupuestaria, aunque de hecho sí que constaba en su programa electoral.
Hay otras voces que reclaman un mayor número de autobuses eléctricos, dado que se pueden ir adaptando mejor a las condiciones del tráfico, en contra del tranvía que tiene una estructura mucho más rígida. Tristemente, un proyecto de estas características para nuestra ciudad tendría que ir consensuado por una mesa en la que todos los agentes implicados, públicos y privados, determinen la idoneidad o no de su implantación. Valorando los costes sociales y económicos que cualquier solución pueda comportar, los beneficios o los inconvenientes, si es el caso, de esta conexión. Lo que no es de recibo es tomar este tipo de decisiones de una importancia urbanística capital, y que no están consensuadas, ni por los partidos políticos, ni por la ciudadanía, ni por los comercios de la zona, especialmente los de la Diagonal. Eso, claro está, sin entrar en la falta de planificación que tiene la política municipal en referencia a establecer un plan de movilidad tanto de la ciudad, como metropolitano, y que esté acorde con todos los agentes implicados.
Es lamentable, una vez más, ver que un discurso que tendría que ser técnico, se convierta una vez más en un tema político, cuando indudablemente cualquier decisión urbanística pasa por un acuerdo global entre técnicos y ciudadanos, que a fin de cuentas estos últimos serán los beneficiados o los perjudicados.