La gestión de José Luis Martínez-Almeida al frente del Ayuntamiento de Madrid goza de un enorme prestigio. De hecho, un sondeo de mayo hecho por Metroscopia le daba el apoyo del 76% de los madrileños, mientras que solo el 18% rechazaba su gestión. Fuera de la capital, conseguía el aprobado del 52% de los consultados.
Es probable que haya algo de sobrevaloración inducida por las alabanzas que ha recibido de personajes ajenos a su mundo político, entre las que se sobresale la del mismísimo Felipe González. Pero lo cierto es que habiendo perdido las elecciones frente a Más Madrid –obtuvo el peor resultado del PP en Madrid de la historia-- no solo consiguió hacerse con la alcaldía contra todo pronóstico, sino que en apenas un año de mandato ha ido ganando adhesiones gracias a un talante conciliador que ha sorprendido incluso a sus adversarios.
De ser una mosca cojonera y vocinglera cuando era portavoz del PP en el consistorio, ha pasado a ser un elemento de cohesión y consenso. Hasta el punto de que cuando la justicia le dio el tremendo mamporro de Madrid Central, lo que suponía echar por tierra su campaña electoral, asumió la sentencia y de una forma u otra ha incorporado el fondo del fallo –la sostenibilidad ambiental-- a su acción de gobierno.
Ha demostrado ser un hombre pragmático, el perfil que debe dar un alcalde. El municipio es gestión, no ideología. Lo que espera un ciudadano de su consistorio son hechos; o sea, la ideología traducida en la administración del día a día, donde los actos concretos responden a una forma de pensar y de concebir el mundo, claro está, pero sin el mascarón de proa del partidismo.
Desde este punto de vista, el caso de Almeida es de manual. Se ha adaptado a las distintas y enfrentadas direcciones del PP madrileño de los últimos años, ha sabido flotar entre las batallas cainitas que han protagonizado sus jefes sucesivos, se convirtió en un portavoz municipal agresivo y mordaz, pero cuando una vez en el poder ha aparcado el discurso conflictivo para buscar el consenso imprescindible: el PP solo tiene 15 de los 57 concejales del pleno. Sus Acuerdos de la Villa para la reconstrucción de Madrid tras la pandemia son un ejemplo, tan abiertos que ni siquiera los ultras de Vox han podido quedarse al margen. Y, por supuesto, Más Madrid está incorporada, como sus carriles bici.
Martínez-Almeida tiene aún más interés si se le contempla desde Barcelona, donde Barcelona en Comú se mantiene en la alcaldía, con el mismo porcentaje de concejales que el PP en Madrid, el 26%, pero sobre el conflicto permanente frente a las empresas y al mundo económico, a los comerciantes, a los vecinos no subvencionados y al resto del pleno. Ada Colau perdió 20.000 votos y un concejal en las últimas elecciones, consiguió la vara de mando porque Manuel Valls hizo de tripas corazón con tal de no ver a los independentistas en la alcaldía, pero mantiene la confrontación con la parte de la ciudad que no comulga con su visión del mundo y porfía en su militancia antiempresa.
No solo eso, sino que se empeña en actuar como los viejos grupos de presión autoritarios en la toma de decisiones y en el manejo del dinero público, con el que riega incesantemente la constelación de chiringuitos de sus amigos saltándose incluso la normativa municipal.
El sondeo de Metroscopia citado más arriba se basaba en el papel de la alcaldía madrileña frente a lo que más preocupa a los ciudadanos en estos momentos, la pandemia. Por eso, no es de extrañar que la misma encuesta diera resultados muy negativos para Colau: 46% de los catalanes rechazaban su gestión, frente al 41% que la apoyaban; cuando se preguntaba a todos los españoles, solo el 25% la respaldaban y el 45% la suspendían.
¿Alguien recuerda qué ha hecho la alcaldesa en ese terreno? El 28 de abril dedicó unos minutos de su preciado tiempo al acto de presentación del Pacte per Barcelona, un plan que deberán trazar 50 instituciones de la ciudad –sí, como lo oyen, 50-- para establecer una hoja de ruta que debería aprobarse este mes y que servirá para establecer los objetivos que ayudarán a la ciudad a salir de la crisis. Antes de que se concrete una sola idea de ese Pacte, ya lo ha bombardeado con un acuerdo sobre vivienda en el que solo participa su microcosmos.
Su estrategia no pasa por acudir allí donde hay un conflicto y tratar de resolverlo, sino por crear conflictos –o ampliarlos-- en los temas que considera rentables desde el punto de vista ideológico y electoralista: las bicis, los patinetes, la guerra contra los coches, contra las patronales y los comercios de la ciudad. Y, cuando tiene un rato libre, denostar a la jefatura del Estado y a la monarquía desde el mismísimo ayuntamiento sin que nadie le pregunte por las corruptelas del rey emérito. Está en el poder desde 2015, pero aún actúa como si estuviera en la oposición extraparlamentaria.