A causa de la pandemia, Núria Marín, alcaldesa de L’Hospitalet de Llobregat, segunda ciudad de Cataluña y séptima de España, se ha reunido con lo menos recomendable y más contaminante del vecindario de la Barcelona Metropolitana. Compruébese, si no, la lista de concurrentes. El gestor Torra, la arribista oportunista Ada Colau, la boticaria Meritxell Budó, el gorila guarda-esquinas Miquel Buch, el consejero de para nada Pere Aragonès, y la indocumentada informática Alba Vergés. Marín, presidenta también de la Diputación de Barcelona, puede dar sopas con honda políticas, ideológicas e históricas a estos títeres surgidos de una opereta más o menos teledirigida por el Forajido de Waterloo.
Nacida en el barrio de la Torrassa, Marín es la primera mujer alcaldesa de L’Hospitalet desde 2008, cuando empuñó la vara de mando de Celestino Corbacho, ministro de Trabajo e Inmigración de Zapatero que dejó el cargo con más de cinco millones de parados en su currículo político. Luego se pasó a Ciudadanos, donde no le luce el pelo como concejal de una Barcelona de la que no conoce ni la frontera de la Riera Blanca. Joven socialista desde antes de 1981, Marín es funcionaria de carrera y en 1985 dirigió el Mercado de Santa Eulàlia. Gestionar un mercado enseña mucho. Y ver cómo el exalcalde de L’Hospitalet Ignacio Pujana fue el primero de la democracia española condenado por corrupción, también.
¿Dónde estaban entonces quienes ahora se reúnen con ella? Torra vendía seguros y no se le conocía actividad política alguna. Budó estudiaba para farmacéutica en La Garriga y nadie de CiU ni de su aldea sabía quién era. Aragonés acababa de nacer en Pineda de Mar y aún no sabe cómo es Cataluña. Buch era un armario de discoteca en Badalona que ingresó en CiU quince años después. Vergés estudiaba economía a distancia desde Igualada. Colau era una niña malcriada y maleducada en el monte Carmelo... Si se sumaran los habitantes de estas poblaciones, no llenarían varios barrios de L’Hospitalet como Bellvitge o Polígono Gornal. Era cuando Puigdemont salía del internado más reaccionario de Gerona y ejercía de intruso sin título en un diario local donde aprendió a escribir alguna o con un canuto.
Entre tan elevado nivel intelectual, Marín proviene de La Torrassa, donde el año 1936 los anarquistas que admira Colau colocaron un cartel que decía: “Cataluña termina aquí. Aquí empieza Murcia”. De madre navarra y padre vasco, vivió el desprecio a los inmigrantes y la prepotencia de apellidos catalanes venidos a menos e incapaces de sostener un país sin explotar a la mano de obra foránea. Marín les duele y nunca le perdonarán que sea de la misma gran ciudad donde el senador charnego Francisco Candel fue concejal de cultura. Salvo ella, nadie de la reunión de pastores pandémicos, que supondrá más ovejas muertas, conoce la calle Luarca de L’Hospitalet. Si quieren hacer un bien, que se escondan tras sus mascarillas y no contagien ignorancia, imbecilidad, ineficacia o ineptitud a Núria Marín. Que aprendan algo de ella es misión imposible.