Es una forma de negacionismo. De la pandemia, seguro que sí, pero también negacionismo al sistema. No son manifestaciones de protesta, que también las hay desde Estados Unidos a Alemania. Son los botellones que proliferan por los barrios de Barcelona y de cualquier ciudad o pueblo de Cataluña. En la calle o en casas particulares. Nacieron para sortear los precios abusivos de discotecas o pubs. Ahora son una forma de protesta ante lo que consideran un sistema que los maltrata y que ese maltrato se ha acentuado durante la pandemia.
Miles de jóvenes se juntan para beber, sin ningún tipo de prevención; juegan al gato y el ratón con la policía que intenta disuadirlos y que, de hecho, forma parte de la diversión; y a medida que avanza la fiesta con la ayuda del alcohol las mínimas normas sanitarias brillan por su ausencia. Niegan la enfermedad, les da igual. Les importa poco contagiarse y mucho menos contagiar. Pero, también, niegan al sistema. A ese sistema que les impone normas y que, al tiempo, no les señala ningún camino para el futuro. No tienen presente y auguran que no tienen futuro.
Protestan contra el Ayuntamiento, la Generalitat o el Gobierno de España. Para ellos, son todos lo mismo. No tienen trabajo porque nunca lo han tenido o lo han perdido durante la pandemia, no tienen unos ingresos mínimos que les permitan vivir con holgura, y sus previsiones a medio y largo plazo no parecen mejorar. Les importan un colín las noticias sobre infectados en fiestas. Cualquier forma de protesta es buena, pero conjugarlo con la fiesta y con la insumisión a las fuerzas policiales, o sea, al sistema, forman un coctel de adrenalina en una buena parte de la juventud.
Los extremos políticos, de izquierda y derecha, usan este descontento para cimentar sus opciones, ambas antisistema. Lo hacen en los botellones, pero también en las fiestas mayores. Organizar fiestas alternativas se ha convertido una tónica en la geografía catalana, para protestar contra “la autoridad competente”.
Por qué tienen que decirme lo que tengo que hacer, es el leitmotiv, el germen de su protesta. Por qué tengo que obedecer e integrarme sino me quieren integrar, resuelven como respuesta. Todo es una buena excusa para esgrimir un concepto de libertad amplio. Toda para mí, y un poco menos para el de enfrente. Por ejemplo, los festejos deportivos. Grandes aglomeraciones, cero seguridad, y desprecio a la enfermedad. Ejemplo, Sabadell. El Vallès Occidental es el epicentro del coronavirus en estos momentos. Quizás habría que recordar que a finales de julio, la capital vallesana celebró el ascenso a segunda división del Centre d’Esports Sabadell. Tenemos ciertamente un problema. Muchos jóvenes tienen sobradas razones para protestar y desafiar al sistema. Es una opción, pero a veces desafiarse a uno mismo también tiene sus riesgos y sus consecuencias. Tenemos un problema, pero afrontarlo no es sumar más caos.