Todo comenzó un 26 de abril de 2015, cuando Ada Colau, Pablo Iglesias, Irene Montero, Jaume Asens, Gerardo Pisarello y un par de sus camaradas quedaron encerrados en el ascensor del Ayuntamiento de Barcelona. Siete eran siete, a pesar de que el cartel del ascensor advertía debidamente que no podían subir más de cuatro personas. Pero como iban a asaltar el palacio de invierno municipal, igual como si fuesen turistas achispados después de despedidas de solteras en apartamentos turísticos, la incidencia duró más de media hora. Tras una sarta de mensajes hilarantes y un autorretrato grotesco en las redes sociales, todo quedó como una anécdota simpática y no como una imprudencia, que es lo que fue. Después, Iglesias y Colau dieron las gracias a los trabajadores que los rescataron, y sugirieron que su gamberrada podía ser motivo de humor en un programa de TVNodo3. A los operarios que les liberaron, que siempre han cumplido sus deberes y horarios, les tocó hacer horas extras a cargo de los contribuyentes por culpa de aquella cuadrilla de populistas incívicos e insensatas.
Quién les ha visto y quién les ve. La pareja de Galapagar ya tiene una mansión y bienes propios de ricachones como los del Pazo de Meirás. La alcaldesa, que fue okupa y aspirante a payasa, goza de escoltas y coche caro, desvía dinero público hacia el negocio de Borja y rojos ricos que le dio y dará de comer, a saboteadores del 5G, a talleres de entrenamiento de okupas y a cursillos de orientación sobre sexos indefinidos aún sin estrenar. El papá de sus criaturas, con buen sueldo, las salvaguarda de una mamá que Freud no aconsejaría a nadie. El picapleitos Asens, que comenzó repartiendo tarjetas de su bufete cuando la movida del 15M en la plaza de Catalunya de Barcelona, se ha transformado en diputado tan bien peinado y afeitado, que parece saber de política. El concejal argentino Pisarello, que dice ser hijo de disidente desaparecido y doctor en su país, sin que nadie haya investigado y verificado a fondo ambos aspectos, se sienta en la mesa del Congreso.
La metáfora del ascensor social la inventó el patriarca Jordi Pujol como referente de una inmigración que superó en muchos ámbitos a los indígenas que dilapidaron las herencias de sus antepasados y fueron incapaces de hacer crecer Barcelona y Cataluña. Últimamente, también se ha usado para publicitar una lotería catalana en lugar de fomentar la cultura del esfuerzo y el trabajo. Otro fallo de ascensor tuvo lugar en 1976, cuando quince personas quedaron atrapadas durante horas en el elevador que lleva a lo alto del monumento a Colón --exterminador de América, según Colau y amigas-- hasta que los bomberos les salvaron. El suceso se repitió el 2012 con seis turistas colgados. A veces, tal y como sugerían los siete irresponsables hacinados en el ascensor municipal, sería divertido imaginar cómo serían ahora Barcelona, Cataluña y España si no se hubiese liberado a aquellos inconscientes. Aunque la culpa sería del ascensor.