Estos días se habla mucho del urbanismo táctico. A ver, tiene su qué. Desde el punto de vista técnico, su estudio es interesante y ofrece valiosas lecciones. Comenzó a hablarse del mismo cuando, recién iniciado el siglo, comenzó a aplicarse en entornos urbanos muy degradados, que la mayor parte de las veces han sido el resultado de una urbanización caótica, muy rápida e improvisada, sin planes urbanísticos o de infraestructuras detrás.
En casos así, donde la necesidad aprieta, una intervención rápida y barata, llevada a cabo con ingenio e imaginación, puede superar el lastre y la inercia de la degradación. Estas intervenciones provisionales pueden mejorar barrios malditos por la miseria, la mala suerte y la dejadez de los poderes públicos. Éste es, en esencia, el espíritu del urbanismo táctico, una cura de urgencia mientras no llega el remedio.
Los teóricos del urbanismo táctico son partidarios de involucrar a los ciudadanos en estas intervenciones. Eso implica contar con los vecinos tanto en el diseño como en la ejecución de cada proyecto, y algo más. Allá donde ha tenido éxito, que no siempre lo ha tenido, ha habido un fuerte liderazgo comunitario y un compromiso vecinal. Las razones saltan a la vista, porque la necesidad aprieta y si uno no hace algo, ¿quién lo hará? Algo semejante ocurrió en la Barcelona de los años 50 y 60, cuando los vecinos de los barrios de barracas y chabolas, abandonados a su suerte por las autoridades, ejecutaron proyectos de alumbrado o alcantarillado por su cuenta y riesgo.
En el urbanismo táctico, sin embargo, los vecinos no están abandonados a su suerte, sino todo lo contrario. Cuentan con la implicación activa y directa del gobierno local, que es, al fin y al cabo, quien ejecuta la acción. Es más: el éxito suele venir acompañado del consenso político, forzado por la necesidad de «hacer algo», y la colaboración igualmente comprometida de los principales agentes económicos de la zona afectada, porque tanto la acción inmediata como el objetivo final beneficiarán igualmente a todos. Este acuerdo político, en un amplio sentido del término, es imprescindible. Porque se trata de convertir la provisionalidad del urbanismo táctico en algo sustancial de una estrategia mucho más amplia, de un plan que debe persistir en el tiempo. En términos militares, pasamos de la táctica a la estrategia, y no hay estrategia que valga si cada uno va por libre. El urbanismo táctico es provisional, pero no es improvisado. Responde a una estrategia, no a una ocurrencia.
Dicho esto, ahora resulta que en Barcelona nos hemos puesto tácticos del urbanismo y algo de todo esto no funciona. Por ejemplo, me cuesta creer que el Eixample barcelonés responde a una urbanización caótica, muy rápida e improvisada, sin planes urbanísticos o de infraestructuras detrás, pero allá van las intervenciones tácticas. En cambio, en los barrios más necesitados de intervenciones urgentes por su evidente degradación, ¿qué? Personalmente, me parece que el urbanismo táctico de Barcelona es guay del Paraguay, pero no responde a una planificación de altos vuelos, con cara y ojos.
La Barcelona preolímpica contó con un equipo de arquitectos y urbanistas de primera, que lograron tejer un plan ambicioso y coherente. El plan, con sus más y sus menos, tenía claro el punto de partida y su objetivo final. ¿Qué plan tenemos ahora? Es por saberlo, porque no tengo noticias de él. Igual existe, no digo que no. ¿Y quién está detrás de ese plan, de existir? Las pocas noticias que me llegan sobre este asunto son desazonadoras.
Otra cuestión básica y elemental es recordar que Barcelona no es el municipio de Barcelona, sino una metrópoli formada por docenas de municipios. Si lo que queremos es actuar sobre el actual modelo de movilidad y ocupación del espacio urbano, o se actúa sobre toda el área metropolitana o será como cantarle a la luna. Nos hace falta más que nunca una autoridad, una organización, un plan metropolitano. Barcelona suma casi cinco millones de habitantes, no el millón y pico del municipio de Barcelona.
Tarde o temprano, nos guste o no nos guste, tendremos que plantearnos muy seriamente la cuestión de la movilidad y la sostenibilidad en nuestra metrópoli. Para ello necesitaremos una autoridad metropolitana, un amplio acuerdo político y social y un plan con objetivos a largo plazo. ¿Ven ustedes algo de eso?