Barcelona es una ciudad densa. Más densa que Londres o Tokio. Su espacio público, escaso, está en permanente disputa. Cada decisión sobre sus usos ha estado rodeada de una fuerte polémica. La más reciente, salpimentada con la socarronería de los memes, pero no por ello menos seria, tiene como centro la concepción del denominado urbanismo táctico del cual la principal formación del gobierno municipal ha hecho bandera y, en especial, las medidas provisionales adoptadas a raíz de la pandemia. Hablemos.

El movimiento del urbanismo táctico se inspira en experiencias como las ciclovías de Bogotá, que empezaron allá por la mitad de los años 70, o las de Paris-Plage, a partir de 2002, entre otras. El conjunto de prácticas bajo esta etiqueta ha sido objeto de un desarrollo teórico relativamente reciente, y de un auge aún más reciente, que se puede situar alrededor de 2010.

En resumen, el llamado urbanismo táctico pretende, mediante intervenciones limitadas, con participación ciudadana, de bajo coste, reversibles y, por tanto, a menudo provisionales, transformar la percepción del espacio público intervenido, así como el uso que se hace de él. Idealmente, a largo plazo.

Es una buena idea, con potencial, que no se puede menospreciar, pero desde el punto de vista de un gobierno municipal constituye tan sólo una fórmula más de intervención en el espacio público, que debe tener sentido dentro de una estrategia global de transformación de la ciudad, en busca del equilibrio urbano.

No deberíamos caer en una aplicación dogmática del planteamiento. Ni aplicándolo allí donde no sea aconsejable, ni convirtiendo en permanentes intervenciones que, por su naturaleza, o bien deben ser efímeras, o bien deben servir de experiencia de la que aprender, de cara a la realización de una transformación permanente del espacio público.

Porque, en el fondo, hay pocas cosas más estratégicas que el urbanismo. Una táctica sin estrategia no vale para nada. El objetivo estratégico a alcanzar es el de hacer una ciudad más habitable y al alcance de todos, para vivir y disfrutar, trabajar y estudiar. Una ciudad igualitaria, accesible, democrática también en un sentido material, que gane verde urbano, espacio para el peatón, que pacifique el tráfico, que mejore la calidad del aire y reduzca el ruido, que potencie el transporte público y la movilidad sostenible, que impulse un modelo de regeneración urbana participado que el vecindario pueda hacerse suyo.

Esto requiere una visión de conjunto e intervenciones con voluntad de transformación permanente. Barcelona ha acometido muchas desde el año 1979. La mayoría, exitosas a pesar de las feroces críticas de los sectores hoy más encendidos en su defensa de las intervenciones tácticas, y las no menos feroces de los sectores que hoy las critican. Con un buen diagnóstico, con buenos proyectos y con una buena ejecución de la obra civil necesaria, distinguiendo y haciendo compatibles a la vez usos diversos. Piensen en la Rambla Prim, en el Parc Central de Nou Barris, o en el Paseo de Sant Joan, por poner tres ejemplos de épocas diferentes.

También ha habido intervenciones que ahora se dirían tácticas, antes de que entrara en escena la fuerza política de la actual alcaldesa. Los huertos urbanos, las urbanizaciones provisionales de solares a la espera de equipamientos, las zonas 30 o los caminos escolares son algunos ejemplos. Pero la inmensa mayoría de los espacios ganados y recuperados lo han sido con actuaciones de fuerte carga estratégica, incluso cuando el ámbito transformado era relativamente pequeño.

Recuerden las polémicas en torno a las plazas duras, alrededor de las calles con prioridad para peatones o de plataforma única, sobre los parques y zonas verdes que algunos encontraban demasiado de diseño, sobre los interiores de manzana y sobre el esponjamiento de zonas urbanas muy densas. Durante la pugna y sobre todo después de todas y cada una de estas polémicas, la ciudad se ha hecho suyos los nuevos espacios. Más importante aún: ningún gobierno posterior ha osado revertir la situación a su estado anterior, incluidos los formados por fuerzas que habían criticado duramente estas intervenciones.

En Barcelona hemos tenido dos fases en la polémica sobre el llamado urbanismo táctico. La primera fase, previa a la pandemia, se ha centrado en la supermanzana del Poblenou, pero también ha tenido alguna derivada en la actuación en la calle del Parlament. Mucho menos polémicas han sido las actuaciones, algunas tácticas y otras más clásicas, para ensanchar y proteger los espacios de numerosos centros educativos. Pasa lo mismo con respecto a la supercruïlla del Mercado de Sant Antoni o su extensión por la calle Comte de Borrell, que no se han guiado por los criterios de lo táctico, sino que ha transformado el espacio con obra civil, en un entorno de usos intensos y diversos.

La segunda fase de la polémica se ha desatado a partir de las actuaciones provisionales destinadas, básicamente, a ensanchar el espacio disponible para el peatón durante la pandemia. La gran mayoría se han ejecutado en el Eixample. En algunos casos, en las calles sobre las que ya estaba previsto actuar para pacificar y generar cambios en su entorno inmediato, como el caso de la calle de Girona, o el de la calle del Consell de Cent.

Las críticas formuladas se pueden agrupar en categorías. Una primera categoría agrupa las que tienen que ver con las restricciones a la movilidad, los cambios de sentido de circulación de algunos viales, los espacios de aparcamiento libre disponibles, o bien con el acceso para carga y descarga.

Una segunda categoría de críticas tiene que ver con lo que se percibe como una mala distinción de los usos y una mala señalización horizontal y vertical, que conduce a la confusión y, incluso, a problemas de seguridad.

Una última categoría de críticas se centra en la ejecución. Hay quien encuentra el urbanismo táctico desaliñado, propio de una especie de feísmo o de kitsch progre que provoca rechazo, por la elección de materiales, códigos estéticos, elementos en la vía o el mobiliario urbano que se emplea.

Las actuaciones provisionales han sido objeto de fuertes críticas en las tres últimas categorías. ¡Malogrado Instituto del Paisaje Urbano! En el ejercicio de rebatir las críticas se han mostrado al público imágenes de intervenciones similares en otras ciudades que, en muchos casos, parecen notablemente mejor ejecutadas. También preocupa, con razón, que se fragmente y diferencie en exceso la racional e igualitaria trama de Cerdà.

Se entiende la urgencia de las actuaciones motivadas por la Covid-19. Sin embargo, junto a críticas menos fundamentadas en las actuaciones provisionales, y en las previas a la pandemia, las hay que no están fuera de lugar. Necesitamos un mejor urbanismo táctico, necesitamos que nadie sea doctrinario en su impulso y, sobre todo, necesitamos ir más allá del urbanismo táctico.

Sin embargo, sorprende que apenas haya sido objeto de debate una de las principales críticas que se podría hacer a las intervenciones de urbanismo táctico impulsadas en Barcelona por los socios mayoritarios del gobierno municipal. Fijémonos en las actuaciones previas a la pandemia que responden a esta tipología de intervención. No se han llevado a cabo en los barrios más necesitados de actuaciones urbanísticas de regeneración o dinamización, o de creación de vínculos vecinales. Se han llevado a cabo en espacios centrales de la ciudad (calle Parlament), o en espacios de nueva centralidad (Poblenou), y ambos bastante gentrificados. O en proceso, si se prefeiere. Se ha actuado en lugares donde existe conflicto y disputa por el espacio público, es cierto. Pero al mismo tiempo, se trata de lugares donde el éxito de la intervención estaba asegurado de antemano. Responden más a la voluntad de afianzar un relato sobre quien los impulsa que a una voluntad auténticamente transformadora. Sin embargo, de la experiencia acumulada, de las resistencias, de las críticas fundamentadas y de los desaciertos, se puede y se debe aprender.

Los barrios que más necesitan del impulso de los poderes públicos para su transformación, sin embargo, son otros. Aquellos donde se concentran en mayor grado las clases populares y trabajadoras de la ciudad. No hemos visto últimamente intervenciones urbanísticas ambiciosas de transformación del espacio público, ni tácticas, ni tampoco intervenciones provisionales para la pandemia.

En los barrios populares, y por toda la ciudad, cualquier intervención táctica debe ir seguida de actuaciones que impulsen una mejora permanente, y con una visión estratégica, de conjunto, no sólo sobre el urbanismo, la calidad y los usos de la espacio público, la movilidad o la sostenibilidad ambiental, sino también sobre el modelo de ciudad que se quiere construir.

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Ferran Pedret i Santos, 

Primer Secretario del PSC-Barcelona