Nunca pensé que llegaría a echar de menos los años en que los sociatas estaban al frente del Ayuntamiento de Barcelona. En su momento, siempre les encontraba pegas y me daban para todo tipo de comentarios a medio camino entre la ironía y el sarcasmo, ¡y eso que su síndrome de Estocolmo con respecto a los nacionalistas se encontraba todavía en un estadio inicial! Ahora añoro aquella plaza de Sant Jaume en la que, en cierta manera, reinaba algo parecido al orden: a un lado, los separatistas de Pujol, llenos de odio a Barcelona, ansiosos por convertirla en la capital de la Cataluña catalana y rural; al otro, los supuestos cosmopolitas que querían que mi ciudad fuese algo así como la Nueva York del Mediterráneo. Rayos de odio atravesaban la plaza, dando vidilla a la población. Eran los tiempos en que Mascarell me decía que él, con los convergentes, no iba ni a la esquina. ¡Quién lo ha visto y quién lo ve!
Ahora los sociatas ejercen de segundones en el ayuntamiento, tras haber sido expulsados una vez por Ada Colau a causa de su dudosa catalanidad. Volvieron después de que Manuel Valls nos quitara de en medio al Tete Maragall y muchos asumiéramos que los comunes podían ser un mal menor -igual que podríamos haber aceptado pulpo como animal de compañía-, especialmente si eran vigilados de cerca por Jaume Collboni y sus muchachos/as. Lamentablemente, esa vigilancia ha dejado mucho que desear y solo ahora empiezan a dar señales los socialistas de querer enmendar su tremenda galbana: la reciente reunión de Collboni con empresarios y las quejas en voz alta del PSC ante muchas de las intervenciones urbanas de Colau durante los últimos meses nos permiten hacernos la ilusión de que los sociatas se han cansado de decirle que sí a todo a Ada y de que, ¡por fin!, se disponen a ejercer la función para la que estaban llamados: contrarrestar los delirios anti-coche de Ada, sus constantes atentados a la estética de la ciudad y su visión entre progresista y medieval de cómo ha de ser una urbe contemporánea.
Francamente, ya era hora de que Collboni se pusiera las pilas, pues llevaba mucho tiempo ejerciendo de convidado de piedra en el ayuntamiento, dejando hacer y sin hacer nada. Muchos seguimos pensando que Colau es un mal menor en comparación con lo que habría sido capaz de hacer el Tete con nuestra ciudad, pero no deja de ser un mal, y si queremos que ese mal sea relativamente menor, es necesario que el PSC ejerza de contrapoder desde el ayuntamiento.
Quien ahora cruce la plaza de Sant Jaume se encontrará con una pinza compuesta por los separatistas y los comunes que solo puede conducir a la ruina de Barcelona. Sumando las chorradas de unos y otros, esta mezcla imposible de Manhattan y Lloret de Mar en la que vivimos se está haciendo cada día más provinciana, aburrida, fea y, sobre todo, irrelevante. Desde ambos edificios de la plaza se gobierna (o algo parecido) con prepotencia y desfachatez, como si sus actuales inquilinos supieran mejor que los propios ciudadanos lo que le conviene realmente a Barcelona. Unos quieren que sea la capital de un país imaginario. Los otros juegan con ella como un niño con sus piezas de Lego. Y entre unos y otros nos están dejando la ciudad hecha unos zorros, física y conceptualmente, gracias a esa pinza asesina entre supuestos patriotas y presuntos progresistas cuyas respectivas ideas sobre Barcelona, francamente, se las podrían meter por donde les cupieran. Se t´ha girat feina, Jaume!