La respuesta que se dio desde el gobierno de la nación a la primera ola de coronavirus fue francamente deficiente. Pese a los atenuantes que hemos tenido que escuchar una y otra vez hay que reconocer que la actuación inicial no solo no fue la deseada sino que vino marcada por un error tras otro. Es cierto que en otros países del mundo pasaron cosa similares, como por ejemplo en los errores en la compra de material propiciadas por unos proveedores chinos que se aprovecharon en muchos casos del desconocimiento general, pero bajo mi criterio no había excusa alguna para llegar a una gestión tan nefasta como la que tuvo el gobierno de España. Pero si algo fue especialmente preocupante fue la fase final de la primera ola puesto que condiciona sin lugar a dudas el inicio de la segunda.
Durante meses pudimos escuchar en múltiples ocasiones a partidos políticos y opinadores en medios de comunicación pidiendo el fin del confinamiento sin atender a los datos que todavía demostraban que la cosa estaba algo más que complicada. Durante tiempo vimos una guerra de cifras que hacía que fuéramos incapaces de creernos tan siquiera las fuentes oficiales por lo que muchos nos encontramos desorientados y acabamos tomando partido por un razonamiento u otro prácticamente por afinidad política más que por otra cosa. Algunos compraron el razonamiento de la necesidad de que las Comunidades Autónomas se encargasen de la gestión con independencia de lo que marcara el gobierno central. Otros apostaron por esgrimir la necesidad imperiosa de salvar la temporada de verano intentando creer que la dicotomía salud-economía era una exageración y que podían salvarse ambas cosas.
A día de hoy, analizando el resultado de las acciones pasadas podemos llegar a algunas conclusiones y hacernos algunas preguntas que nos pueden acercar al debate de actualidad. En cuanto a la actuación previa al verano podemos afirmar que ni salvamos la salud ni salvamos la temporada de verano que resultó ser terrible para nuestra ciudad. Ahora cabe preguntarnos: ¿Hacemos bien cerrando los bares?
Mi respuesta de entrada es un rotundo no, pero como ya no me fio de mis primeras impresiones en este tema me parece pertinente establecer alguna reflexión sobre lo anterior.
Si comparamos con lo vivido en otros países asiáticos que han sido capaces de controlar la primera ola haciendo que la segunda sea menos perceptible que la nuestra nos daremos cuenta de que las restricciones en España fueron menos duraderas que en aquellos lugares. Es altamente probable que la diferencia en la situación actual estribe justamente en ese punto. La presión vivida en aquellos días por el gobierno por parte de lobbies y Comunidades Autónomas fue brutal, y probablemente haber cedido a sus demandas fue un error que a día de hoy estamos empezando a pagar.
La improvisación y el intentar sacar rédito político de esta situación ha sido una constante en estos últimos meses hasta el punto de llegar al ridículo. En otros países de Europa se hizo el esfuerzo de llegar a un consenso sobre criterios que aplicar en caso de una segunda ola. En España, según palabras de Fernando Simón esto se haría “sobre la marcha”. Y en eso andamos.
Sobre la marcha hemos decidido cerrar los bares sin confirmar que sean estos precisamente la fuente de contagios que expande la segunda ola. Sobre la marcha vamos viendo que pese a esta prohibición lo que vivimos en nuestra ciudad es que los botellones se multiplican, y pese a no tener datos de la actividad que se realiza en los domicilios particulares parece bastante sensato asumir que al cerrar los bares el espacio natural de socialización será la calle y los domicilios particulares en los que nadie más que uno mismo velará por el cumplimiento de las medidas sanitarias recomendadas.
Las medidas restrictivas pudieron ser razonables y pueden volver a ser necesarias, pero eso no puede implicar que nos desentendamos de quienes sufren las consecuencias más duras de estas restricciones. Hay sectores que pueden seguir funcionando, pero las pérdidas que viven y vivirán nuestros restauradores pueden ser irreparables si no entendemos de una vez que lo que es verdaderamente necesario es que se establezcan ayudas directas que sean efectivas para quienes las requieren. Se preguntaba un hostelero de Barcelona: “Si rescataron a Bankia ¿por qué no nos rescatan a nosotros?”, mientras afirmaba que con las ayudas actuales no era capaz ni de pagar el alquiler. La pregunta puede dar para una larga disertación pero sin duda la pregunta expresa de maravilla el sentir de aquellos que, en el momento en que están necesitando la ayuda del Estado lo perciben como inexistente. Como incapaz de darles respuesta cuando ellos lo necesitan, y eso es muy peligroso. Con independencia de que estoy convencido de que la hostelería no es el problema, si hay datos objetivos que avalan el cierre de los locales y resulta que yo estoy equivocado creo que como mínimo deberíamos ser capaces de dar las ayudas directas e indirectas que sean necesarias para revertir la situación extrema en la que se encuentra el sector.
Escuchaba hace unos días a una epidemióloga en televisión que afirmaba que partimos de una base peor que otros países europeos. Si eso es así es probable que tengamos que volver a hacer equilibrios complicadísimos, y estos no pueden olvidarse de quienes son y van a ser los más vulnerables en esta crisis que no ve el final en nuestra ciudad.