Un fantasma recorre Europa: el fantasma de que ya no hay lucha de clases porque éstas han desaparecido. Claro que si ya no hay clases, tampoco habrá desclasamientos. Si uno nace rico, ¡premio! Le irá bien en la vida. Si nace pobre, “que se joda”, para decirlo en soez expresión de la diputada del PP e hija del delincuente Carlos Fabra. El único ascensor social, por lo tanto, será la lotería, a la que Marcelino Camacho llamaba “un impuesto para pobres”.

Pero los sociólogos, mira por dónde, no se acaban de enterar de la desaparición de las clases sociales ni de su relación con la renta y la situación en la producción, de modo que en la última encuesta municipal sobre la juventud barcelonesa siguen distinguiendo a las familias en función de los ingresos. ¡Como si ser rico o pobre resultase relevante para algo!

Según el estudio del ayuntamiento de Barcelona, hay una clase baja (sus ingresos familiares no llegan a 32.000 euros al año); una clase media (ganan entre 33.000 y 39.000), y una clase alta (ingresan de 39.000 a 109.000 euros de renta anual). Por debajo de 32.000 la gente debe de ser considerada lumpen, mientras que los que ganan más de 109.000  deben de ser todos políticos jubilados como Torra, Montilla y Mas o amigos suyos colocados en la administración autonómica. O millonetis que negocian con los rusos y con el Departamento de Salud, como David Madí, Xavier Vendrell o Víctor Terradellas.

El caso es que la encuesta analiza los efectos de la pandemia entre los jóvenes y el resultado demuestra la tesis del último libro de César Rendueles (Contra la igualdad de oportunidades): el punto de partida en la sociedad tiene una fuerza casi definitiva. La encuesta municipal expone con claridad que cualquier crisis se ceba siempre más en los pobres que en los ricos. O sea que tiene razón el refranero: a perro flaco, todo son pulgas.

Como consecuencia de la pandemia, la situación entre las familias con ingresos altos ha empeorado en el 43% de los casos, mientras que entre las clases bajas lo ha hecho en el 56%.

Rendueles da en su libro algunos datos que refuerzan la idea de que los pobres (esos que no existen como clase social) lo tienen siempre más crudo. Los malos estudiantes de familias con dinero llegan a la universidad en un 56%, mientras que este porcentaje cae al 20% entre las familias con menos ingresos.

Es evidente que esta sociedad está organizada para los ricos que, además, sostienen que lo son porque son también mejores, sin reconocer que empezaron la carrera de la vida con mucho trecho recorrido y frente a otros corredores (esos pobres no reconocidos) que corren con calzado de mucha peor calidad, cuando no con las suelas agujereadas e incluso descalzos.

La encuesta municipal sobre las condiciones de la juventud da otro dato que no es en absoluto casual. Entre los pobres más pobres, la tasa de paro de los menores de 34 años alcanza el 19,5%, mientras que entre los ricos medio ricos (quedan excluidos los ricos de verdad como los hijos de Jordi Pujol, con acceso directo a chollos diversos y al tráfico de influencias) esa tasa de paro es de sólo el 6,3%, es decir, lo que los estadísticos acostumbran a designar como pleno empleo. Y es que está muy claro: un rico propietario de una empresa siempre puede colocar a su niño o a su niña, aunque sea un zote. O, en su defecto, encontrarle plaza en el negociete de un amigo o en un departamento gubernamental. O municipal (que también en el ayuntamiento pasan estas cosas).

Porque no hay que perder de vista que detrás de la afirmación de que los ricos lo son por méritos propios y por eso ganan más, se esconde la voluntad de llevar a cabo una política que mantenga las diferencias reales y a los pobres en su sitio. Esas diferencias que detecta la encuesta al preguntar por los ingresos familiares y el empeoramiento de las condiciones y las expectativas en cada crisis. Pero no hay que desesperar: cuando llegue la independencia no habrá pobres ni ricos ni nada que se le parezca. De las fuentes manará vino o leche para todos, aunque se reservará alguna que dé vodka para que puedan beber los rusos, como forma de agradecerles los servicios prestados.