Las últimas actuaciones llevadas a cabo por nuestro consistorio pintando diversas calzadas y colocando obstáculos en las calles de nuestra ciudad, han provocado diversas reacciones entre la ciudadanía. De aquellos que no llegan a comprender el sentido de las pinturas y el riesgo que comporta sobre todo para los motoristas y bicicletas por la incorporación de unos bloques de hormigón, hasta aquellos que entienden estas acciones de una manera positiva, como una pequeña apropiación del espacio urbano que beneficia al peatón. El Ayuntamiento lo define como urbanismo táctico, pero la realidad, lo que se conoce como urbanismo táctico es otra cosa. Son operaciones urbanísticas que desde hace muchos años, diversas ciudades de todo el mundo han realizado con un bajo coste y con un mínimo impacto en la vida de la ciudad, pero con la particularidad de que estas intervenciones venían determinadas por una gestión del espacio público bajo la perspectiva de la participación ciudadana. Una iniciativa que surgió en el año 2010 en la remodelación del Times Square en Nueva York. Un tipo de intervención que tenía un gran impacto social, económico y sobre todo cultural, y que se fue extendiendo en diferentes ciudades del planeta, como México, Nueva York, San Francisco, etc. Un modelo de gestión urbanística que tenía en común la participación ciudadana para que esta pudiera dar su opinión y como consecuencia de ello, poder dar estas acciones por definitivas o bien desmantelarlas. Un concepto muy interesante que entendía el urbanismo al alcance del usuario y en modo de experimentación, y que gracias a su mínimo coste, podía revertirse a la situación original si no era del agrado de los ciudadanos. Esto comportó la participación e implicación de vecinos, agrupaciones y artistas, que al margen de la intervención de los técnicos municipales, diseñaban pequeños espacios de la ciudad. El ciudadano se convertía en el actor que dibujaba un entorno humanizado recuperando para sí, el espacio público.

Pero no nos engañemos, las actuaciones que se han realizado en Barcelona no responden a esto. No han sido ni participativas ni consiguen tener la comprensión de muchos de nosotros. Se pueden interpretar simplemente como una incorporación peligrosa de bloques de hormigón colocados por la calzada, que delimitan un paso pintado con diferentes formas y colores, que en su conjunto parecen guiados por la provisionalidad, sin tener en cuenta ni a sus ciudadanos ni la ya de por sí complicada movilidad que tiene nuestra ciudad. Más bien parece una obsesión municipalista cuyo objetivo es reducir el espacio al vehículo privado y que lamentablemente no va acompañado con nuevas estrategias en la ampliación y mejora del transporte público. Un proceder que sin duda alguna también se convierte en un obstáculo para el desarrollo económico de la ciudad. En este aspecto, la agrupación Foment del Treball, ha dado la voz de alarma. Un aviso que se ha traducido en que esta agrupación, se ha retirado de la mesa del Pacto por Barcelona, al entender que la primera obligación del ayuntamiento es escuchar y hacer partícipe en sus decisiones a todos los sectores que generan actividad y empleo así como aquellos que potencian la riqueza para el municipio, porque perciben que con el Plan de Movilidad del Ayuntamiento se pone freno al crecimiento económico.

Por otro lado, los grafismos empleados en pintar las calzadas son un verdadero galimatías de colores, de rayas, de topos, y de un largo etcétera de grafismos que no solo contribuyen a no tener un diseño claro de las zonas donde se ubican, sino que provocan desconcierto para peatones, los ciclistas, los patines, porque nadie sabe por dónde ir. Confusión es la palabra más empleada por los sufridos usuarios. Pero menos mal y a todo hay quien gane, porque felizmente desde el consistorio no se han percatado de la obra del conocido artista plástico Edgar Mueller, un artista callejero alemán que con sus propuestas en tres dimensiones dibujadas en diversas ciudades de Europa y América, convierte las calzadas en enigmáticos abismos con vértigos increíbles y aterradores, para contribuir un poco más al desconcierto del paseante.

Indiscutiblemente no se puede demonizar el urbanismo táctico, un concepto bien recibido normalmente por la ciudadanía, por lo que representa al provocar cambios en el espacio público de forma participativa y poder generar debate. Pero este no ha sido el caso en nuestra ciudad. Un pinta y colorea, que conjuntamente con los pilonos amarillos separando terrazas de bares y espacios en la calzada a modo de pasillos, desentonan aún más si cabe, la estética del espacio público que en su día fue referente internacional, y convierte este tipo de actuaciones impuestas,  en un urbanismo de brocha gorda.