Acercarse a un policía armado con un cuchillo en la mano y cara de malas pulgas no es la mejor idea que se puede tener en este mundo. Que se lo pregunten al indigente húngaro que el otro día se llevó dos tiros de la guardia urbana por no pensar seriamente en lo que estaba haciendo. Si el guardia que le disparó hubiese dispuesto de una pistola Taser, la cosa se habría saldado con una descarga eléctrica seguida del correspondiente parraque, pero como nuestro ayuntamiento, al parecer, no cree en la electricidad como medida disuasoria, el húngaro —con una orden de búsqueda y captura, por cierto, a raíz de ciertas actividades llevadas a cabo en Algeciras— encajó dos balazos como dos soles y ahora lo tenemos en el hospital intentando recuperarse.
Cada vez que pasa algo así en Barcelona —recordemos la que se lio hace un tiempo por el perro de otro indigente, que recibió el mismo tratamiento a manos de la Guardia Urbana—, se producen las mismas reacciones: aparecen vecinos que afirman que el atacante de turno era una bellísima persona, incapaz de matar ni una mosca; una u otra entidad consagrada a la defensa de los derechos humanos desaprueba la actitud expeditiva del agente implicado en el tiroteo y, a veces, exige que se le expediente (se ve que ahí todo el mundo sabe cuál es la mejor manera de tratar a alguien que se te acerca con un cuchillo o que acaba de azuzar a su chucho contra ti: nos sobra ciencia infusa); como invariable colofón, la CUP recomienda el cese del responsable de orden público. Lo que no hace nadie es tratar de ponerse en la piel del agente al que le acaban de echar encima a un perro o que ha visto cómo se le acercaba un vagabundo un tanto perturbado blandiendo amenazadoramente un cuchillo. Para algunos de nuestros conciudadanos, todo se arregla con diálogo y, previamente, políticas sociales que no se han puesto en marcha. Y no les falta del todo la razón, supongo que con los homeless se podría hacer algo más que dejarlos tirados a la intemperie (en caso de que se dejen). Pero el diálogo a veces no procede porque es imposible, porque ante un enajenado que se te acerca con un cuchillo, lo único que puedes hacer, si eres un simple civil, es salir corriendo y, si eres un agente de la ley y el orden, dispararle.
Esta muestra de sentido común no se lo parece a muchos de mis más bienintencionados conciudadanos. Me temo que son los mismos que la emprenden contra quien le ha volado la cabeza a un oso en el bosque porque el bicho no parecía tener muy buenas intenciones. Para nuestras almas puras, hay que dialogar hasta con el oso. O con un tipo perturbado y buscado por la justicia que pretende clavarte un cuchillo. Evidentemente, ninguna de esas almas puras se ha visto jamás en la situación del señor del bosque o en la del guardia al que pretenden apuñalar. Para ellos, hay algo que no funciona en la psique del señor del bosque y en la del guardia. Para entendernos, no son buena gente. Y no es del todo descartable que disfruten enormemente eliminando plantígrados y a miembros marginales de la sociedad. A nadie parece pasársele por la cabeza que el del bosque y el guardia solo dispusieron de unos segundos para salvar el pellejo y tiraron por el camino de en medio. Lo de la CUP ya forma parte del ADN de la banda: cualquier responsable del orden público es, por definición, un indeseable con tendencias criminales, un enemigo del pueblo. Si Albert Batlle nos parece un señor muy correcto, puede que algo meapilas —la que le armaron por acudir a la misa de la canonización—, pero bienintencionado, nos convertimos, para la CUP, en cómplices de un fascista.
Con un poco de suerte, las pistolas Taser pueden ser las nuevas pilonas. Pero si no se las compramos a nuestros guardias, luego no nos quejemos de que van por ahí disparando a la gente. Vivir en la calle y, en consecuencia, haber perdido un tanto la chaveta, es una desgracia y, probablemente, una injusticia social. Pero atacar con un cuchillo a alguien que lleva pistola es, directamente, del género tonto. Hasta Peret lo dejó muy claro en su inolvidable rumba La noche del hawaiano.