La alcaldesa de Barcelona ha cometido la torpeza –por no utilizar un término moralmente más ajustado– de vincular la muerte de un motorista el pasado jueves, al exceso de velocidad de la propia víctima, un joven waterpolista que falleció en el cruce de la Gran Via con Balmes. Ada Colau se saltaba así a la torera las razones de prudencia que había esgrimido el propio consistorio para no ser más explícito en su información en torno al siniestro: aún se están investigado las causas.

El hecho cierto es que el choque letal se produjo después de que un coche golpeara la moto lanzándola contra uno de esos bloques de hormigón con que el equipo de gobierno de Barcelona en Comú y el PSC penaliza la circulación en la ciudad. En este caso, se trata de los New Jersey diseñados para soportar la carga de vehículos pesados y proteger a quienes ocupan su espacio interior, destinados normalmente a terrazas de bares.

El accidente contradice el discurso de los comunes sobre la pacificación de la ciudad. La propia alcaldesa había celebrado el 15 de noviembre el Día Mundial de las Víctimas de los Accidentes de Tráfico arrimando el ascua a su sardina. Entonces lanzó este tuit: “Necesitamos hacer las transformaciones urbanas necesarias para que las personas, la vida y la salud estén en el centro. Para eso es necesario reducir la presencia y la velocidad de los coches #SuperillaBarcelona”. A continuación, lamentaba los 12 muertos que se habían producido en las 4.572 colisiones que habían tenido lugar durante el año en la ciudad. Un mes después, el 17 de diciembre, se registraba la 14ª víctima mortal y no pudo contenerse: tenía que usar el drama para su provecho, aun a costa de rozar la inmoralidad.

Un paniaguado que habita el microcosmos de la alcaldesa, empleado del think tank de Barcelona en Comú, el Observatorio Desc, hablaba más claro también en Twitter atribuyendo al exceso de velocidad la causa del accidente y señalando así a la víctima. El alud de respuestas que levantó la vileza del podemita adquirió tal volumen que se vio obligado a anular el apunte y a darse de baja de la red. El fanático, con quien quizá coincidió Colau cuando también se ganaba la vida en el Observatorio Desc, expresaba sin freno el fondo autoritario del relato de la superilla y de los bloques de cemento en medio de las calles del Eixample. "No hay marcha atrás porque así lo hemos decidido", podría ser el resumen ejecutivo del asunto. Cuando los hechos demuestran el error del camino elegido para la "pacificación" de las calles de Barcelona, la respuesta es agresiva y descalificadora. No falla.