Lo de las marchas por Barcelona empieza a ser cada día algo más habitual. De hecho, ver a grupos de personas entre pancartas y proclamas, por el centro de la ciudad, ya es parte del paisaje habitual.
El viernes pasado vimos una manifestación en la que participaban los siempre entrañables chicos y chicas de Arran. Sí, esos que se dedican a escupir bilis de forma sistemática, parapetados en la superioridad moral que les concede su doble condición de intocables: ser independentistas y supuestamente de izquierdas. Esta vez nos sorprendían con su nada novedoso eslogan de “que la crisis la paguen los ricos” y su estética siempre bien repleta de banderas independentistas, evidenciando que son incapaces de darse cuenta de que la receta para todo no puede ser el separatismo. Manifestación aderezada como siempre con pequeños actos vandálicos, como realizar pintadas en los comercios de Ciutat Vella. Hablamos de los grupúsculos de siempre, que se creen muy rebeldes por señalar a los supuestos enemigos antes de marcharse con sus padres a celebrar la Navidad a la Cerdanya.
Por otro lado, este fin de semana hemos podido vivir otro clasicazo. Unas 250 personas se han paseado por el centro de la ciudad antorcha en mano. Tengo que reconocer que esa imagen es de las que más grima me dan, y me suele costar digerir el esperpéntico espectáculo que generan cada vez que salen a la calle de ese modo. Si entramos a analizar el fondo de sus proclamas, la cosa es todavía más difícil de digerir. No tienen el más mínimo sentido lógico. Pero insisto, en este caso, solo con la estética es suficiente para atragantarse. El nombre de la entidad –o conglomerado de entidades– que convocaba la manifestación es maravilloso: 'Coordinadora Antirepressiva'. Los mismos que se dedican a reprimir los derechos lingüísticos de los castellanohablantes en nuestra tierra se atreven a llamarse a sí mismos antirepresivos. En este caso estaban en la calle para “exigir” que los dirigentes independentistas encarcelados salgan de la cárcel. Entre cánticos made in ANC y sus tétricas antorchas repetían sin parar aquello de “Cataluña será la tumba del fascismo”. Qué sorpresa se llevaran el día en que descubran que los únicos que aplican la metodología fascista son ellos mismos. ¿Qué harán el día que sean capaces de darse cuenta de que los únicos que tratan de imponer un modo de vida a los demás son ellos? ¿Qué harán cuando se den cuenta que los únicos que cercenan libertades son ellos?. Sí, sé que lo más probable es que no hagan nada porque ese día no va a llegar. No quiero pecar de ingenuo.
En Cataluña es necesario recordar que la vulneración de derechos no viene precisamente por culpa del Estado español. Ese discurso llega a la mayoría de los ciudadanos por tierra mar y aire, y para muchos es una realidad, sin saber necesariamente en qué se traduce. La propaganda es tan constante y tan brutal que cuesta quitársela de encima. Hace unos días el vicepresidente de la ANC me decía en televisión que el Tribunal Constitucional se dedicaba a vulnerar los derechos de los catalanes y que el catalán estaba en peligro de extinción. Suena estúpido, ¿no?. Pues a base de repetirlo están consiguiendo que haya mucha gente que lo crea a pies juntillas.
La realidad es que en nuestra tierra se vulneran sistemáticamente los derechos lingüísticos de la mitad de los catalanes, y durante tiempo parecía que no pasaba nada. Este pasado fin de semana, sin embargo, a la vez que vivíamos las típicas y poco numerosas manifestaciones de siempre, hemos visto verdaderas movilizaciones por la libertad. Este fin de semana hemos visto salir a la calle a más de 700 vehículos pidiendo cordura en materia educativa. Más de 700 vehículos clamando libertad y exigiendo que se deje de vulnerar la ley y que el gobierno socialista haga el favor de repensar una medida que deja al español en una situación más que vulnerable. Manifestación, por cierto, mucho más covid-free y más ajustada al siglo XXI –y menos de los años 30– que la de manifestarse en manada antorcha en mano.
Barcelona se ha convertido en el epicentro de las manifestaciones en Cataluña. Esto podría considerarse la consecuencia de una ciudad viva, vibrante, crítica, con una sociedad civil capaz de articular respuestas contundentes cuando es necesario defender sus derechos. El problema es que cuando uno analiza los motivos por los que sale la gente a la calle, y las proclamas que utiliza, se da cuenta de que esa sociedad, supuestamente combativa, viva y vibrante, en muchas ocasiones no hace más que repetir mantras falaces y defender, no sus derechos, sino la voluntad de una clase política que le engaña para mantener sus privilegios.