El coronavirus ha hecho cambiar el sistema de transporte a una parte de los barceloneses, aunque según el ayuntamiento apenas representa el 10,6% del total. De aquellos que lo han hecho, los que utilizan el coche son los que más han aumentado: antes del Covid, el 13,6% de los ciudadanos se desplazaban en automóvil, un porcentaje que subió al 28,9% tras la pandemia. Con la motocicleta ha ocurrido algo parecido: del 9,7% al 15,1%.
El incremento en el uso de este tipo de vehículos es relevante si lo comparamos con las cifras de quienes de mueven a pie, que han subido, pero bastante menos: del 16,8% al 19,2% ; o la bicicleta, sumando la particular y el bicing, que han pasado del 10,2% al 13,2%. Curiosamente, los coches y las motos son los dos vehículos más castigados por el consistorio de la ciudad, que ha dado un acelerón a su política de movilidad tratando de expulsar a ambos de la ciudad en estos meses de reclusión forzada. Es difícil entender una política que se empeña en ir contra la voluntad de los ciudadanos, el tesón por imponer una ideología sobre la ciudad les ciega y da lugar a esperpentos como el del aparcamiento que usan los sanitarios de Vall d’Hebrón o la desaparición de plazas gratuitas en los barrios más remotos de Barcelona. No atienden a razones: el recurso al metro y a los FCG ha caído del 50,2% de antes al 33,3% de ahora.
Llegados a este punto, conviene aclarar que las cifras citadas más arriba corresponden al Barómetro Semestral de Barcelona de julio pasado, porque en el segundo sondeo del año, el presentado el jueves pasado, las preguntas sobre movilidad, la gran cuestión del momento en la ciudad, han desaparecido. Puede que haya sido por un descuido, es posible, aunque el suspenso que suponían aquellos datos para la gestión municipal permite pensar que el equipo de gobierno ha querido evitar otro ridículo.
Aun así, si se le pregunta a los ciudadanos por los problemas más graves de la ciudad, la circulación y el tráfico aparece en segundo lugar, tras la inseguridad, con el 9,4%, por encima del paro (9%). Cuando Ada Colau tomó las tiendas de la ciudad por primera vez, este capítulo solo era un problema para el 5,5%: casi se ha doblado. Ha conseguido justo lo contrario de lo que persigue. ¿Qué más puede pasar?