Es bien sabido, y así lo dice el portal de transparencia del Ayuntamiento de Barcelona, que la profesión más frecuente que tienen las personas que componen el órgano de gobierno de nuestra ciudad es la abogacía, por otra parte, una actividad bastante común en muchos de nuestros políticos. Una carrera que entre las leyes que tienen que estudiar, hay muchas que se basan en las raíces de la cultura greco-romana. Por este motivo se hace necesario en estos estudios un conocimiento de las lenguas clásicas, porque algunos conceptos de la Ley a menudo utilizan latinismos, griegos o romanos, que han servido de base para los actuales sistemas jurídicos internacionales.
Sin embargo, a pesar de que en muchas de las leyes actuales se emplean frases y expresiones en latín y en griego, en ocasiones se olvida el vocablo ostracismo. Y lo que es más importante el alcance que tiene. El ostracismo representaba el destierro de la vida pública de la ciudad. Una palabra que adquiría mucho significado en la antigua Grecia y que representaba una garantía de la democracia Ateniense, en la que el pueblo velaba por la sensatez de sus políticos. En la antigua Atenas se imponía la costumbre de cada cierto tiempo convocar una asamblea ciudadana, en la que se votaba la idoneidad o no de un ciudadano destacado o de algún político al uso, escribiendo su nombre en un trozo de cerámica que por su forma de ostra se llamada ostrakon.
Una vez decidido por mayoría quien era el agraciado de semejante humillación era desterrado asumiendo su responsabilidad social de ser apartado de la vida pública. Un destierro que duraba 10 años como penitencia por el mal gobierno o por un desempeño de sus funciones de una manera poco eficaz. De esta forma, una de las primeras democracias de la historia, permitía a sus ciudadanos la posibilidad de enmienda en la elección de las personas que habían sido llamadas a gestionar la ciudad de Atenas. Conocido es el caso de Arístides, un estadista griego hacia el año 500 antes de Cristo, que fue condenado por el pueblo al ostracismo.
En definitiva, la acción del gobierno de la antigua Grecia estaba en permanente estado de alerta como si tratara de gobernar bajo una espada de Damocles. Este último un concepto definido por el diccionario de la Real Academia Española como "Amenaza persistente de un peligro", era precisamente el derecho de veto que tenía la ciudadanía. Una amenaza a sus mandatarios, derivada del control que se podía llegar a tener sobre sus acciones.
En la actualidad, y ya pasados muchos años desde entonces, no me puedo llegar a imaginar la implantación de tal sistema democrático. Supongo que ante esta posibilidad, no quedaría títere con cabeza.