Día de reflexión. En consecuencia, nada que opinar, ni decir ni pintar. Todo comentario positivo del Ayuntamiento de Barcelona o del Área Metropolitana podría ser interpretado como publicidad electoral encubierta o subliminal. Y si la crítica fuese negativa, pasaría lo mismo. En caso de citar nombres de políticas o políticos, no se sería o parecería imparcial. Porque, aunque las elecciones de mañana son de ámbito catalán, todo comentario sobre Barcelona, (que sigue siendo capital de Cataluña a pesar de un sujeto inhabilitado para todo que la quiso cambiar por Girona), afecta a todas las demarcaciones y municipios. Por tanto, en boca cerrada no entran ruedas de molino aunque sea Carnaval. Aquella ancestral y tradicional fiesta que comenzaba colgando carteles satíricos contra todas las autoridades terrenales y celestiales, y que ahora también se cuelgan, descuelgan, pintan, despintan y repintan a cargo de los contribuyentes.
Desde la enorme y delicada Edad Media, que poetizaba Verlaine, se daba por supuesto que Carnaval era tiempo de transgresión, mofa, befa, burla y escarnio aún a pesar de la Santa Inquisición. Hoy ya no y sanseacabó. Por abortos de canciones llamadas rap, por pintar cuernos o bigotes a la fotografía de un politicastro o de un rey, por llamar garrapata con moño a un ricachón con mente de serpiente, o señora de nada fiar a una candidata desmesurada, diluvian querellas, pleitos, amenazas y pedradas. Así que poca broma con nada ni con nadie a la hora de introducir una papelina en la rajita de una urna. Acto freudiano rigurosamente vigilado por personal altamente protegido y desinfectado.
¿Qué se hizo de aquellos carnavales medievales de Barcelona, allá en el Born? ¿Dónde fueron a dar a la mar aquellas bellísimas máscaras de verdad y no las que usan quienes mañana se presentan a elecciones? ¿Qué se hicieron de las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores y no las actuales malcaradas avinagradas entre las que toca elegir? Prohibidas quedan hoy y hasta no se sabe ya ni cuándo aquellas obras de burlas provocantes a risa, así como aquellas populares coplas de escarnio y maldecir. Sábado de silencio y noche de guardia el día antes de San Valentín o Calentín, según la compañía de amores.
Tiempo sobrado queda hoy para reflexionar sobre lo que han bostezado dos mil sabios escribidores y televisados. O para envidiar aquella danza carnavalesca de las mil pu… viejas a modo de Celestina. Que no lo escribimos por blasfemia ni por injuria, señoría, que es Carnaval. Que hoy hasta se puede leer a analistas de diez en carga y a más de cien expertos en estercoleros. O consolarse con butifarra de huevo, cocido y orejas de carnaval o coca de chicharrones. Sin olvidar que la vida es un carnaval y las elecciones pasan volando una tras otra, irremediablemente. Mientras, los peatones de la historia, como quien no dice nada, papará, papará, que la vida es un carnaval. Y a la vista de la actual comparsa, incluso se puede elegir entre escarcharse o descacharrarse de risa, papará.