El conjunto arquitectónico del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, de Domènech i Montaner, se levantó gracias al legado del señor Gil, banquero. Cuando la regente María Cristina de Haubsburgo-Lorena puso la primera piedra del recinto, en enero de 1902, exclamó, a la vista del proyecto: "¡¿Y todo esto será para los pobres?!". Pues parece que sí, señora. Desde 1997 el hospital es parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO y más recientemente, desde que ya no es hospital, hay que pagar para verlo por dentro.
Fíjense: todo el recinto está orientado cuarenta y cinco grados respecto al Ensanche. Unos dicen que así mira hacia la Sagrada Famíilia, pero entonces miraría torcido. Otros, que es para ventilar mejor el hospital con la brisa marina, pero precisamente la ventilación y la insolación eran claves en el diseño del Plan Cerdá. Entonces, ¿por qué esos cuarenta y cinco grados? Porque Domènech i Montaner y la burguesía catalana sostenían que el Plan Cerdá era una "imposición de Madrid". ¿Les suena?
A mediados del siglo XIX, Barcelona perdió su condición de plaza fuerte y se echaron abajo las murallas, que tampoco servían de nada frente a la moderna artillería. Ante los codiciosos barceloneses se abría una amplia llanura urbanizable y las fuerzas vivas de la ciudad apostaron por imitar el urbanismo de Haussmann, en París. Una ciudad radial, con amplias avenidas y libre de pobres, que vivirían lejos del centro. Pero el Gobierno de España, en particular Obras Públicas, tenía otros planes, y los impuso, claro que sí, y muy bien que hizo.
El Plan del Ensanche de Barcelona o Plan Cerdá fue una revolución. Promovió un justo reparto de costes y beneficios de la urbanización del territorio, sentando un precedente legal no en España, sino en Europa. Higienista, liberal y progresista, Cerdá incluyó en su Teoría general de la Urbanización y su Proyecto de Reforma Interior y Ensanche de Barcelona, apéndices que señalaban la relación entre la salud y las desigualdades sociales. El proyecto original del Ensanche era un esfuerzo considerable por mejorar la calidad de la vivienda de la población de Barcelona, fuera cual fuese su nivel de renta, y favorecer una ciudad más justa, limpia e igualitaria.
De ahí vino la tirria que le tenían los burgueses barceloneses a Cerdá. Le negaron la catalanidad, fue criticado y acusado de toda clase de infamias y falsedades. A la que se pudo, se metió mano a su plan, desvirtuándolo de arriba abajo, especulando con el terreno y la vivienda. Cuando Franco los dejó hacer después de la guerra, miren lo que sucedió en el mismo plano de Barcelona, allá donde acaba el Ensanche. Todavía hoy Cerdá es un personaje maldito en algunos círculos, aunque la Barcelona del Ensanche sigue siendo completa y radicalmente actual.
En medio de la pandemia y con graves problemas de contaminación, el Ayuntamiento de Barcelona también le ha declarado la guerra al urbanismo de Cerdá. Pintarrajea las calles y habla de urbanismo táctico, pero ¡qué va! El urbanismo táctico (ya lo expliqué en esta columna hace meses) consiste en actuaciones de urgencia de los vecinos en zonas especialmente degradadas, con soporte municipal. Juzguen ustedes mismos si el Ensanche es una zona especialmente degradada y si han sido los vecinos los que han hecho las actuaciones.
Arquitectos y urbanistas de gran prestigio ya han dado un toque de alarma sobre el "urbanismo de colorines" de la alcaldesa de Barcelona. Hace unos meses se quejó Óscar Tusquets, Premio Nacional de Diseño y FAD de arquitectura, que urbanizó la avenida de la Catedral o la Villa Olímpica; hace muy poco, José Acebillo, que había sido jefe de Proyectos Urbanos y director del Instituto Municipal de Proyectos Urbanos, implicado en el urbanismo de las Olimpiadas de 1992 y del Fòrum de les Cultures 2004. Ambos coinciden en señalar lo siguiente. Uno: el Ayuntamiento de Barcelona está haciendo una solemne tontería. Dos: ni entienden ni se molestan en entender el verdadero espíritu del Plan Cerdá y del diseño del Ensanche. Y tres: lo más inteligente sería recuperar (y actualizar, claro) el plan original de don Ildefonso, que ya sería hora. Ojalá.
A modo de ejemplo, recordemos que don Ildefonso Cerdá se inició como ingeniero en el ferrocarril. Su Ensanche se diseñó pensando en la movilidad de un sistema de transporte colectivo, en una especie de tranvía ¡que todavía no se había inventado! Por eso las esquinas del Ensanche tienen la forma que tienen y por eso mismo pintarrajearlas, llenarlas de bolardos y convertirlas en esquinas de ángulo recto es una solemne memez. Y así, todo.