La obra de un artista suele tener unos rasgos que se hacen presentes desde el principio. El trabajo de Fina Miralles (Sabadell, 1950) siempre ha estado marcado por una vinculación personal y constante a la naturaleza. A su primera época pertenecen unos curiosos bodegones en los que reivindica el estado puro de los productos de la tierra. Una forma rompedora de cuestionar la intervención del hombre y de poner en solfa uno de los géneros pictóricos más tradicionales.

En sus montajes fotográficos de los 70 ella misma aparece en una jaula –como los animales del zoo--, ahorcada de un árbol, con medio cuerpo sembrado en la tierra o con todo él enterrado bajo piedras. Y medio siglo después la artista se presenta de nuevo fundida con la naturaleza, pero esta vez sumergida en el agua y desnuda: El regreso.

La tierra y el mar como temas centrales y obsesivos sin cánones ni escuelas, siempre por libre, que en su primera etapa trató de reflejar por medio de estructuras rectilíneas, como si quisiera cuadricularlos, quizá para entenderlos mejor.

A partir de los 90, las creaciones de Miralles se parecen más a la propia naturaleza, sin líneas rectas. Recurre al óleo, el dibujo y la acuarela para expresarse con trazos, con una clara inspiración oriental manejando el vacío y el espacio.

El Macba recoge una muestra dedicada al trabajo de esta mujer distanciada del arte entendido como negocio: nunca ha vivido de él.

Su mirada es femenina, pero no feminista. La exposición incluye una performance de su juventud en la que, con el fondo sonoro del Consultorio de Elena Francis, aparecen imágenes del No-Do de la época y un vídeo desasosegante que enfrenta al espectador al lento proceso de una niña siendo vestida. Un grito de Miralles contra el poder ejercido sobre la mujer, más que por su género por su docilidad, una denuncia paralela a la que hace de la tortura o de las costumbres populares más bárbaras.

Soy todas las que he sido es el viaje al mundo de alguien que siempre ha rechazado los tópicos y las etiquetas, porque “lo que hace diferentes a las personas es lo más interesante de la humanidad”. Si hubiera que clasificarla, habría que recurrir a un ecologismo muy personal avant la lettre.

Como decía el crítico Josep Maria Cadena, recomiendo encarecidamente la visita al Macba para celebrar el Día de la Mujer, pero no mañana necesariamente. Porque la obra de esta mujer –que no ha alcanzado un gran reconocimiento-- es interesante por sí misma y porque la forman 50 años de creación amateur no profesionalizada: por amor al arte.

Sugiero planificarla para los días de Semana Santa. Y me atrevería a proponer el horario de tarde porque de esa forma podrán contemplar ustedes dos espectáculos por el precio de uno. Además de la exposición, verán a cientos de jóvenes en botellón, bebiendo, fumando y escuchando a todo volumen su música favorita a las puertas del museo sin que nadie les perturbe.