Celebrar este año el Día Internacional de la Mujer es más necesario que nunca, ya que la Covid-19 ha implicado un retroceso en la igualdad plena y efectiva entre hombres y mujeres. El peso de la lucha contra la pandemia se ha focalizado en sectores tan feminizados como son la sanidad, los cuidados a personas mayores, el comercio esencial o la educación. Y en el ámbito privado el grueso de las responsabilidades domésticas sigue recayendo sobre las mujeres, responsabilidades que han aumentado durante los diversos confinamientos que llevamos casi un año sufriendo. En este sentido, tiene todo el sentido del mundo que Naciones Unidas quiera reconocer este año la contribución de las mujeres en la lucha por la igualdad bajo el lema “Mujeres líderes: Por un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19”.
En este 8 de marzo, es obligado recordar que en muchos lugares del mundo ni tan siquiera existe la igualdad formal (a nivel legal) entre hombres y mujeres, y que hoy siguen produciéndose prácticas tan terribles como la mutilación genital femenina.
Sin embargo, que haya una igualdad formal tampoco es garantía de una igualdad plena y efectiva, una aspiración que aún no se ha alcanzado en ningún país del mundo. A nivel global, según nos recuerda Naciones Unidas, 2.700 millones de mujeres sufren discriminaciones legales en sus opciones de trabajo respecto a los hombres, las parlamentarias eran menos de 25% en 2019 y una de cada tres mujeres es víctima de la violencia de género.
Estos días se multiplican en nuestro entorno informes que recuerdan, por ejemplo, que al ritmo al que avanza la disminución de la brecha salarial, esta no desaparecerá ¡hasta el año 2055! Incluso el Parlamento Europeo ha alertado de que la pandemia puede invertir los progresos realizados hasta ahora en igualdad de género e insta a que se aborde urgentemente el aumento de la violencia de género que se ha producido durante el último año.
A mi modo de ver, luchar contra la discriminación de las mujeres es también luchar contra otras desigualdades propias del neoliberalismo, como son la precariedad laboral, las brechas salariales o digitales o la lucha contra la pobreza infantil. Por ello, es fundamental que las mujeres con ambición de transformar el mundo conquisten mayores cuotas de poder y aporten su sensibilidad para remover los obstáculos que aún dificultan la igualdad plena entre hombres y mujeres. Así lo estamos haciendo desde el Ajuntament de Barcelona, aplicando el III Plan de igualdad (2020-2023), que es una hoja de ruta compartida entre todos los grupos políticos y los sindicatos municipales.
Para todos es un orgullo cómo vamos avanzando en esta igualdad, que llevó, por ejemplo, a que en 2019 el Ajuntament de Barcelona asumiera, por primera vez en la historia, la paridad plena en las gerencias municipales, con 19 mujeres y 19 hombres.
También impulsamos decididamente políticas de acción positiva para seguir rompiendo la barrera invisible que impide a las mujeres el acceso a determinados cargos u oficios, el denominado techo de cristal. En 2020, en plena crisis de la Covid-19 y a instancias del Ajuntament de Barcelona, el Parlament modificó la Ley de Policías Locales de Catalunya para hacer posible que los ayuntamientos reservaran para mujeres hasta un 40% de las plazas ofertadas. Esta reforma permitió que en la convocatoria de nuevas plazas de la Guardia Urbana de Barcelona se aplicara esta reserva y entraran 112 mujeres y 170 hombres. Un paso de gigante para conseguir que este servicio público fundamental refleje mejor la diversidad de la ciudadanía. Hasta ahora, solo el 14,21% de los agentes eran mujeres.
Es obvio que estos avances son significativos pero insuficientes. Más allá de los riesgos que supone la Covid-19 para la igualdad de género, también existen hoy oportunidades para un futuro más igualitario. Seguiremos impulsando una agenda europea por la igualdad real, que obligue a invertir más recursos públicos en políticas de género. Y, sobre todo, hay que saber aprovechar los fondos europeos para transformar la economía de una forma estructural: una transición digital y verde justa, que no deje a NADIE (ni hombre ni mujer) atrás es la mejor palanca para avanzar hacia la igualdad plena y efectiva. Un futuro más igualitario es posible si sabemos aprovechar con inteligencia colectiva las oportunidades ligadas a los fondos europeos.